Los críticos honestos son grandes estudiosos, y estudiando cansan los ojos y queman las pestañas. Los ojos cansados, como los ancianos experimentados que han vivido todas las cosas del mundo, no se sorprenden con cualquier fruslería; los ojos sin pestañas, que sirven para protegernos de la luz, son cautelosos y saben bien hacia dónde mirar. Pero dejemos las analogías naturalistas y expliquemos cómo se comenta un libro. Los críticos, casi siempre periodistas, sólo deberán hacer críticas de libros sin son gentes inteligentes y si tienen algo «que impera y vence con noble encanto», si tienen el genio y la visión perspicua de un Walter Whitman, que podía oír todas las voces y todos los pueblos. ¿Cómo cabrá el agua del mar en una jarra de taberna? ¿Cómo cabrá en la finita mente humana la cantidad de estrellas que el cosmos oferta? ¿Cómo podrá un `Tory´ entender qué es el marxismo, «teoría de la práctica teórica» del pueblo, que es más grande, por razones naturales y demográficas, que toda aristocracia? ¿Cómo millones de ideas cabrán en unos cientos? «Povera e nuda vai, Filosofía», escribió Petrarca, poeta dilecto del gruñón Schopenhauer, quien creía que nuestra psicología está hecha más de voluntad creadora de representaciones que de representaciones acuciadoras de la voluntad. El crítico que no ha estudiado o visitado los difíciles libros de Hegel o de Aristóteles, anotemos, jamás dejará de pensar que pensar es tarea fácil. Pensar es lo más difícil que hay, pues exige quietud. ¿Cómo un hombre de acciones iba a estar quieto, si su trabajo es crear capital, estar en acción, o mejor dicho, mantener activo y sudando al pueblo? Fernando García Ramírez comentó un libro de Lorenzo Meyer que se llama `Nuestra tragedia persistente´, y lo hizo escribiendo un texto titulado `Historia o propaganda´, publicado en `Letras Libres´. En su texto apunta: «Lorenzo Meyer no hace una labor de análisis histórico sino de propaganda»; y también dice: «Su idea es clara: AMLO o el caos. No se trata de una idea surgida del análisis histórico sino de una consideración política». Pobres y desnudas, sin «noble encanto», nótese, lanza sus opiniones, su «doxa». Badiou, Althusser, o el mismo Marx, o el mismo Kraus, o el mismísimo Mencken, o el sátiro Samosata, han sido críticos que han ridiculizado la contundencia, la certeza ciega o «docta ignorancia» de todo hombre poderoso o protegido por el poder, esto es, harto cómodo en su pellejo. Quien posee los medios de comunicación posee la opinión y de opiniones está hecha el alma; luego, Q. E. D. ¿Alguien ignora qué es el «efecto bumerán»? ¡Nadie! ¿Qué acaece si nosotros, comentadores de libros, olvidamos cómo es nuestro público? ¿Qué pensarán los lectores de `Letras Libres´ del texto de García, lectores que han frecuentado muchos volúmenes marxistas y que saben que no existe una «historia pura», sino historias específicas y propagadas siempre por tal o cual facción política? ¿No sabe cualquier lector de Marx que toda historia se hace en la «lucha de clases», de luchas políticas? Comentar no es contraponer o friccionar opiniones: es envolver con nuestra sapiencia una superficie que debe ser, naturalmente, más pequeña que nuestra sapiencia.
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