Apuntes para clase de sociología de La cocina. –La ciencia se hace de perceptos, no de preceptos morales; o dicho elocuentemente, la ciencia se hace con instrumentos útiles no sólo para observar, sino también para medir, para evaluar. Nuestro idioma, siempre tan ambiguo y romántico, nos hace confundir lo que es evaluar con lo que es moralizar. Y es que mezclamos, arbitrariamente, el acto de moralizar con el acto de enjuiciar. El método científico tradicional, casi atributo inmanente de nuestro magín, busca crear teorías que aclaren nuestra visión, nuestra experimentación y nuestra inducción. Observar, evaluar y decidir son momentos de toda investigación que en ese orden, sólo en ese orden dan resultados, aunque resultados manchados de ideología política. La sociología, a diferencia de las ciencias positivas o experimentales, padece de la vista y achaques políticos. ¿Por qué? Porque el químico, por ejemplo, puede observar su objeto de estudio con un poco de esfuerzo, mientras que el sociólogo no puede hacerlo. El campo de estudio, lo «campal», para el químico está, más o menos, siempre acotado, reducido y controlado; en parangón, el campo del sociólogo está hecho de todas las cosas, desde químicas hasta políticas. El químico escinde, analiza, mientras que el sociólogo fusiona, sintetiza; el análisis, a lo mucho, desperdicia tiempo, pero la síntesis de ideas y hechos puede provocar guerras. Recuérdese el nazismo, venido de las ideas de Fichte y de la técnica hecha sustituto de la razón. De ahí que al sociólogo le sea harto difícil evitar la moralización. Digamos, a grandes rasgos, que la moral es al individuo lo que son las energías para los átomos. ¿Cómo evitar la moralización si tenemos que trabajar, como sociólogos, con ciencias del espíritu, es decir, morales, éticas? ¿Alguien ha olvidado que la ética busca la bondad? Pero pensemos en cuáles son las repercusiones, tanto benéficas como onerosas, que la moralización lleva en sí misma. Citemos un texto de Pierre Bourdieu, uno que se llama `Lo que significa hablar´. Dice: «Si el sociólogo tiene un papel, éste consiste más bien en dar armas que en dar lecciones». Me parece que la breve afirmación de Bourdieu es fácilmente refutable. ¿Qué es un arma? ¿Por qué o para qué nos armamos? Pues para investigar los hechos sociales, nos dirán. ¿Y para qué investigamos los hechos sociales? Para solucionarlos, o por mejor decir, para mejorar, en última instancia, la vida de las personas oprimidas, esclavizadas o explotadas, por decir algo. El perito en materias jurídicas, como John Rawls, debe resolver problemáticas concernientes a la desigualdad, y para hacerlo se brinda libros, digamos, de Michel Foucault. En los libros del francés leerá narraciones y descripciones de los castigos que en la Edad Media se ensayaban sobre los depravados o incorregibles, y verá, quiéralo o no, conceptos moralizantes, que bien vistos podrían parecerle poco científicos, ya que la ciencia, aunque es hecha por humanos, pretende ignorar lo humano. Podrá haber textos que soslayen la moralización, pero no lectores que no moralicen ni sientan indignación, orgullo, vanidad, etc. Los conceptos generales, decía Kant, a veces son contradictorios, y por serlo encierran objetos contradictorios. Juzgamos que el desempleo es oneroso, algo malo, frío, y por tal lo tachamos o reprobamos, pero lo hacemos usando conceptos que son, a su vez, fríos, «objetivos». ¿Juzgamos con un concepto general un caso particular? Hacerlo no es juzgar, sino eludir juicios so pretexto de ser racionales. ¿Es tarea de los conceptos homogeneizarlo todo? ¿Qué ocurriría si antes de observar hechos, de hacer teorías, observáramos la moral? Quiero decir lo siguiente: ¿qué pasaría si iniciáramos nuestras investigaciones en la inducción, en las partículas más particulares de los asuntos? Pues nos meteríamos, claro, en problemas de método, y veríamos, naturalmente, cómo nuestro juicio se aguza al elegir las partículas o datos ya no más representativos de un asunto, sino los más sólidos. Si cambiáramos nuestros métodos ya no hablaríamos de la «familia», sino de las «familias» con el poder suficiente para configurar a las demás familias; ya no hablaríamos, digo, de la «delincuencia», sino de cómo los mayores delincuentes han hecho del delinquir una institución. Descubriríamos, así, y usando la jerga leninista, que muchos problemas de las sociedades son engendrados no «desde abajo», en la masa, sino «desde arriba», en la «aristocracia» o burguesía. Imagen cortesía de Fotolia.
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