Las palabras, realmente, no son arrastradas por el viento, sino por el sentimiento. Ya Séneca, nuestro dramaturgo vital, enseñaba en sus tiempos que no existe la buena ni la mala suerte, pero sí el buen o mal estado de ánimo. Dicha aseveración nos recuerda, claro, a Spinoza, que veía en los sentimientos primordiales simples materiales que, combinados, formaban sentimientos de segundo orden, primores mezclados, impuros. Kant, criticando la pureza de la razón, comprendió que sin ponerle límites a la lógica, a la metafísica, nuestros razonamientos se hacen quiméricos. La semiótica, consciencia de la filosofía, medita la estructura del lenguaje, pero sobre todo del lenguaje poético, esto es, cargado de sentimiento, que es como un sentimiento ventoso que todo lo mueve. La palabra, como el cuerno de Israel, suena diferente en cada boca; cada boca, sí, es el marco de una lengua; la lengua, claro está, sirve para manifestar nuestro estado de ánimo, nuestras necesidades físicas, intelectuales y espirituales. El lenguaje, cuando es usado para comunicar necesidades físicas, se insufla de contenidos jurídicos; cuando es usado para transmitir ideas y abstracciones lo hace de tecnicismos, de léxico especial que sólo es comprensible para unos pocos; y cuando requiere enunciar nociones espirituales se infla de poesía, de metáforas. Todo parece ser muy claro, pero acaece lo contrario. Lo jurídico, lo legal, lo sentencioso, mal comprendido, se hace cosa poética, verso, y Martha Nussbaum lo ha dejado demostrado con su obra. No podemos comprender las necesidades ajenas leyendo entrañudos libros de Montesquieu, pero sí de poesía; no podemos entender qué es la poesía sin razonar, fuertemente, las estructuras económicas que engendran el canto de pena o de alegría lanzado al «aire azul», como dijera Longfellow; no podemos, además, penetrar los arcanos de la ciencia a través del tecnicismo, pues el tecnicismo, más que una idea, es cortina de una técnica, de un mero método activo. Se nota por doquier que el lenguaje, que su mal uso, todo lo desbarajusta. Como etnólogos, como estudiantes, que no investigadores profesionales de las etnias, debemos tener en cuenta lo anterior. Todo concepto, arbitra Kant, para poder operar necesita, como todo, una base, una roca para apoyarse. ¿En qué se apoya lo espiritual o el arte de una etnia? ¿Se apoya en lo económico? ¿Y lo económico se apoya en lo científico o viceversa? Veamos con atención. Lo espiritual, lo económico y lo científico, en fusión, hacen una «concepción». ¿Qué es una «concepción»? Usando el método negativo practicado por los teólogos, digamos que no es un «concepto», que no es algo «acabado», algo «cerrado», algo sin respectividad ni «suidad», o por mejor decir, una mónada, si me permiten recordar a Leibniz, que todo lo transformó en ideas. Una «concepción», aventuremos, es génesis, planteamiento. Cada planta, aunque plantada en la tierra, crece de manera diferente; cada etnia, aunque en la tierra, evoluciona de manera diferente. El concepto de «humano», de «espíritu», aunque es abstracto es apodíctico; el concepto de «economía», de «trabajo», aunque refiere una materialidad es asertórico; y el concepto de «ciencia», finalmente, es ambas cosas, apodíctico y asertórico, o sea, problemático, pues la ciencia es una combinación de «espíritu» y de «economía». El lector curioso leerá, para ilustrarse más, el `Das Kapital´, del viejo Marx. Ahí, en lo problemático, nace toda «concepción», que es, digámoslo para facilitar la intelección, concepto «abierto». Pero el que una «concepción» sea un concepto «abierto» no significa que ésta no tiene esencia; al contrario: son los conceptos «abiertos» o que pueden mantenerse abiertos los más fuertes. ¿Por qué? Porque se enriquecen del exterior y porque, siendo conceptos, «natura naturans», se equilibran a sí mismos. Toda etnia, cuando se siente sólida, se expone al mundo, abre sus entrañas sin temer lo que dirá el agorero vecino. Una «concepción», si realmente lo es, es abierta y al mismo tiempo autónoma, es decir, es ley capaz de ser racional y razonable. El «kidduch» de los judíos, ejemplo de «concepción» (Génesis 1:31, 2:1-2-3), reza: «Atardeció y amaneció: día sexto. Concluyéronse, pues, el cielo y la tierra con todo su aparato». ¿Por qué rezan tal fragmento los judíos? Porque desean recordar que hay un orden fundamental, porque han sido gentes exiliadas durante siglos y han tenido que adaptarse a mundos diversos, y porque sin una «concepción judía» se hubieran hecho cristianos, islamistas, budistas o lo que sea. Lévi-Strauss, hablando de la «concepción» de cada pueblo, en su texto llamado `Introduction à l´oeuvre de Marcel Mauss´, dice: «Ahora bien: hay muchas menos oportunidades de que ésta se encuentre en las elaboraciones conscientes que en las estructuras mentales inconscientes a las cuales se puede llegar por medio de las instituciones e incluso mejor por medio del lenguaje». ¿Dónde está, prístino, el lenguaje? ¿En lo económico, en lo científico o en lo poético? En lo poético o apodíctico, y luego en lo económico o asertórico, y por último en lo científico o problemático, para usar la taxonomía kantiana. Pero alguien preguntará: ¿qué diferencia hay entre lo científico y lo económico? Hay la siguiente: lo científico, que es una especialización, contiene un espíritu meramente pragmático, positivista, esto es, hace que los hombres trabajen por la ciencia, por una verdad abstracta, mientras que lo económico hace que los hombres, sea como sea, trabajen por la familia, por la nación, por Dios, por una verdad concreta que puede o no relacionarse con la materia. Concluyamos, luego, que la etnología debe pulimentar sus instrumentos estéticos. Imagen cortesía de Fotolia.
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