Transformemos la palabra «sintaxis», que signa un proceso, en el signo de un objeto. Una proposición, un conjunto de palabras dispuestas de tal o cual manera, será una «sintaxis». Decía Borges que los libros, todos, son meras combinaciones y barajamientos del alfabeto. Y sí, eso puede ser verdad, pero no por ser veraz la verdad es una afirmación absoluta e inmóvil. Sentimos, como lectores de la prensa, que todos los textos que ésta fragua son parecidos y que lo único que cambia en ellos es lo que contienen. Pensamos, luego de arduas horas de lectura, que el redactor de `El País´ o del `New York Times´ ha echado mano de las mismas expresiones de siempre para explicar fenómenos o noticias recientes, nuevas. Luego, vamos a los libros de historia y descubrimos que los fenómenos y noticias de cariz «moderno» han venido dándose siglo tras siglo, año tras año, mes tras mes. Si los hechos siempre son los mismos, si las expresiones siempre son las mismas, ¿para qué queremos la prensa? ¿Por qué no, para suprimirla, aderezar fotografías del mundo moderno con recortes de libros de historia? Tal pregunta tendrá que ser respondida, es claro, por los sociólogos de la comunicación, es decir, por gentes que investigan los mecanismos de la fama. ¿Son los hechos nuevos que no refieren o recuerdan hechos famosos menos fáciles de entender o de afamar que los que se parecen a hechos famosos? ¿Qué es la fama? Es un hecho social que se construye de manera indirecta. Rega, por su lado, de la famosa ciudad de Creso dice: «y oí decir que el que la ve delira,/ y oí decir que era verdad todo eso,/ y oí decir que todo era mentira». De sublimidad, de afirmaciones problemáticas y de negaciones dramáticas está hecha la fama. Si quisiéramos hacer que nuestro nombre fuera famoso, ¿qué haríamos? Lo primero sería determinar el lugar en el que se enraizará nuestra fama, nuestra Creso. La fama, como todas las cosas, tiene su fuente. Dejaré, como Macedonio Fernández, libros alemanes en el club alemán, y tales libros llevarán, claro, mi nombre en bella caligrafía y sendos comentarios eruditos, sátiros y críticos, sobre la filosofía de Kant y de Schopenhauer. ¿Por qué Kant? ¿Por qué Schopenhauer? Porque son dos clásicos, porque los clásicos son libros que nadie lee y todo el mundo conoce y porque ellos son dos filósofos «representativos», fáciles de «presentar» o de «comentar». Sus filosofías, se sabe, andan en el aire. La fama, vese, nace de otras famas. ¿Por qué hacer comentarios eruditos o «problemáticos» y no sólo comentarios vacuos? Porque la erudición, cuando es ininteligible, aturde. La fama, si realmente es fama, aturde. Sí, la fama se hace del vulgo, pero no en la mente vulgar. Ignoramos lo que entendemos, pero adoptamos posturas contemplativas ante lo que no entendemos. Hemos, así, elegido un vehículo idóneo para hacer famoso nuestro nombre y hemos elegido, someramente, nuestros argumentos. ¿Qué más hay que hacer? Transformar nuestro nombre en un referente. Donde se hable de Kant tendrá que estar Macedonio; donde se medite a Schopenhauer habrá opiniones de Macedonio. ¿Cómo estar en todos los lugares? ¿Cómo hacernos omnipresentes? Haciendo que nuestros libros alemanes con comentarios eruditos sobre la filosofía alemana lleguen a las manos correctas, es decir, a las manos de algún líder, pero de un líder vulgar. El hombre vulgar, de corazón pequeño, pocos secretos puede guardar, y termina vociferando, «por amor al pueblo», lo que le confían los aristócratas, los eruditos. La gente vulgar, la que no tiene formación filosófica, crítica, fácilmente acepta lo que lee o se enardece cuando lee algo que contradice su opinión de homínido. ¿Haré que mi libro con erudiciones alemanas sea leído por Theodor Adorno? ¡No! Haré, maquiavélicamente, que mi libro esté en manos de algún líder sindical, obrero o campesino. Podría, para incrementar mi credibilidad, escribir una dedicatoria en el libro que diga algo así: «Para mi querido amigo ruso Iván Gogol, siempre revolucionario en todas las cosas». ¿Qué hará el líder sindical alemán al leer un nombre ruso? Pensar en todas las disputas políticas que hubo entre Alemania y Rusia. Al leer las notas eruditas el alemán creerá que se está adentrando, secretamente, en la ideología del viejo enemigo, y querrá saber, claro, quién es el tal Macedonio Fernández, y lo llamará y lo hará famoso. Hemos esbozado, a vuelo de águila, el mecanismo de la fama, que comprendido es utilísimo en la labor periodística.
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