Los maestros de las letras son maestros porque escriben cosas perdurables, pedagógicas, porque dicen cosas importantes, porque tales cosas las vierten en versos o prosas que el tiempo no borrará y que las generaciones no se resignarán a olvidar, como decía Milton en boca de Borges. Queremos vender un automóvil y no somos Rimbaud, y no sabemos qué decir sobre él. Citemos, para ayudarnos, un poeta castellano: «Dices que tienes corazón y sólo lo dices porque sientes sus latidos… eso no es corazón, es una máquina que al compás que se mueve hace ruido». Le hemos quitado el metro a una bella poesía de Bécquer, que nos dará la estructura necesaria para vender nuestro automóvil. ¡Plasma, artista, y habla menos, que sea tu poema un soplo!, aconsejaba Goethe. Magín a la obra: «Dices que tienes buen motor, y sólo lo dices porque hace mucho ruido… eso no es buen motor, es una máquina que merced al mal escape hace ruido». ¿Os gusta? Hay, en la poesía de Bécquer, un ritmo tácito, una prosodia, una acentuación que va más allá de la mera rima y tilde. Sembremos otro ejemplo en la mente del lector. Queremos, imaginemos, vender una universidad, pero nos sabemos ni siquiera cómo argumentar. Nos paramos, tomamos un libro de León Felipe, y en él leemos: «Sistema, poeta, sistema. Empieza por contar las piedras, luego contarás las estrellas». Ahora, transformemos: «Estudio, joven, estudio. Empieza por contar las lecciones, que luego dirigirás las naciones». ¿Os gusta? Usad, joven redactor publicitario, la poesía, y evitad la creatividad espontánea, digna de babiecas. Imagen cortesía de Fotolia.
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