Todos queremos ser creativos, pero no todos queremos ser creadores; todos queremos tener buen gusto (alma de espejo, dirían nuestros clásicos), pero no todos queremos ser críticos; todos queremos ser espontáneos, pero no todos queremos vivir en el vacío; todos queremos ser ganadores, pero no todos queremos ser arriesgados. El creativo de raza confía más en la fricción constante que en la chispa casual (se hace astronauta en vez de conformarse viendo estrellas); el creativo real es crítico y poco ingenuo; el creativo de nacimiento no tiene miedo de erigir sus cosas sobre la nada, pues sabe que la nada es una quimera, una fantasía, una pesadilla (como el nunca, como el nadie, diría el buen Sartre); el creativo de cepa recia fracasa en grande porque intenta cosas grandes (como Galileo, que ignoraba que el centro del universo son los publicitarios). El creativo destinado a la posteridad, a la fama, odia el desorden, el caos, el escándalo; el creativo falso ama la improvisación, la poca planeación. ¿Por qué? Ser creativo es ser un constructor, un constante constructor, un monstruo («el poeta es un pequeño dios», dijo Huidobro). El creativo falso, antes de escribir un guión, se informa a medias, medio lee, medio investiga; el creador puro, antes de redactar, agota un tema, se prepara, estudia. ¿Fue acaso nuestro americano Villalobos un diletante? ¿Fue Steve Jobs un mero lector de revistas de computación? El creador original busca, valga el pleonasmo, orígenes, substancias nuevas (no A, B y C, sino 8, M, &); el creador artificial, imitador, busca simplemente nuevas combinatorias (A, B, C; C, B, A; B, A, C). El creativo real ve las cosas como nadie las ve, lo cual no significa que siempre lleva la contraria. ¿Es creativo quien a todo le encuentra problemas? No. Tal creativo es sólo un amante de la paradoja, de la complicación. Bertrand Russell, gran creativo, pensaba que decir que Shakespeare no era un gran poeta sólo para parecer originales, es una tontería o necedad. Los creadores simplifican, o sea, limpian, sacuden, sacan a la luz lo olvidado (palabras antiguas, en el caso del poeta), explican lo inexplicable (explican fenómenos cósmicos que han sucedido hace millones de siglos, en el caso de los físicos), fusionan cosas que parecían lejanas (electricidad y mecánica, biología e informática, historia y arte), se atreven a hacer locuras, pero siempre dominando, a fuer de sudor y sangre, su arte. Mentecato es el pintor que pinta vestiglos sin dominar el arte clásico, y loco genial el que los pinta sabiendo lo que está haciendo (el creativo real siente la continuidad de la historia aunque la niegue, mientras que el falso no la ve, y por tal cae en los errores del pasado); mentecato el arquitecto que forja quimeras sin tomar en cuenta la belleza de la ciudad, y loco genial el que estudia, antes de enarbolar sus abstracciones, la historia de las ideas de su público. La locura genial, creativa, tiene conciencia de lo que hace (observa), mientras que el loco desordenado actúa sin saber lo que está haciendo (es ciego). Imagen cortesía de Fotolia.
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