La política, decía Maquiavelo, es el arte de las apariencias. Vale más aparentar poder que realmente tenerlo. ¿Cómo lograr tales embelecos? Urdiendo un buen plan de comunicación. Un buen plan de comunicación se caracteriza por tener compartimientos, por estar bien programado, por ser preciso. Una campaña política, es decir, creadora o promotora de opiniones, se divide en cuatro partes:
1) arenga pública;
2) reportes públicos;
3) comunicación interna;
4) comunicación masiva en medios ATL.
El redactor de argumentos políticos leerá, para informarse, cuatro fuentes, a saber: la opinión callejera (encuestas, entrevistas), los medios de comunicación (prensa, televisión), los discursos de la competencia (informes, documentos oficiales) y sus libros de teoría política (Platón, Maquiavelo, Arendt). Sin teoría política no hay política, sino mera administración urbana.
Leída la anterior logósfera, el político deberá atender los siguientes preceptos:
a) instaurar una autoridad única para que gestione la estrategia de comunicación;
b) fraguar un programa de comunicación interna;
c) ejercer programas de capacitación y de motivación para su equipo;
d) determinar qué clase de noticias se fabricarán y determinar, además, el modo adecuado para refutar a sus contrincantes.
Hecho el plan, deviene la acción. ¿Cuál es la técnica adecuada para redactar cada discurso? Brevemente hablemos hoy de dos técnicas, de la preterición y de la anáfora. La primera habla del pasado, fundamenta con la historia, con datos, con estadísticas, con hallazgos, mientras que la segunda se basa en el ritmo, en la cadencia, en la emoción.
La técnica primera funciona harto bien al comunicar proyectos, planes, presupuestos, datos numéricos, mientras que la segunda sirve para comunicar ideas, emociones, sueños. La anáfora sirve, además, para hablarle al personal, o al equipo sobre menesteres emotivos, mientras que la perisología sirve para dar instrucciones, órdenes.
Imagen cortesía de Fotolia.
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