En el micro, en el tren, en la casa, en la oficina, en la cama, en el baño, en la mañana, tarde, noche, en la madrugada. No importa. La imagen es similar, personas conectadas a sus equipos electrónicos disfrutando o sufriendo con un jueguito muy sencillo, que los único que nos pide es juntar 3 caramelos del mismo color y nos estimula con palabras q ni entendemos “sweet”, “delicious” y “divine” que nos motivan a seguir jugando, acompañados de una música pegajosa. «Nuestro cerebro siempre disfruta de cosas sencillas y se adapta rápidamente al uso de algún producto, cuando este no le exige tiempo para aprender su uso, en realidad el cerebro se siente cómodo cuando encuentra cosas sencillas y fáciles. busca algo fácil que pueda agarrar y jugar, que no exija horas de práctica ni seguir complicadas. El nuevo juego Candy Crush es una muestra de esto, es sumamente amigable, lleno de colores vivos, con personajes amigables y con sonidos conectivos que celebran nuestros avances. Es muy sencillo aprender a usarlo, cualquiera puede jugarlo, es divertido, entretenido, gratificante y debo confesar, totalmente adictivo. Por otro lado Candy Crush es gratuito, después, cuando ya estamos enganchados, encontramos la posibilidad de comprar vidas, movimientos extras y algunos recursos para avanzar más rápido – realmente alguien compra? Pero, lo más importante es que es social, esta conectada a Facebook la red social más grande y participativa, en ella intercambiamos vidas, promocionamos logros y hasta podemos espiar a nuestros amigos y saber si están jugando y en qué nivel están. El que inicialmente sea «fácil y muy sencillo» es sólo el anzuelo para nuestro cerebro. El ganar rápidamente, al inicio, impacta nuestro cerebro y activa nuestro sistema de recompensas en él, hablándole directamente a nuestro cerebro reptil. Nuestro cerebro reptil siempre quiere ganar, está deseoso por sentir la recompensa de dopamina irrigando nuestro cerebro. La dopamina es una hormona que produce nuestro cerebro y nos hace sentir bien. Generamos dopamina como respuesta a actividades que nos dan placer, por ejemplo la comida y el sexo. Si no generamos la suficiente dopamina, nos podemos sentir letárgicos, deprimidos y sin fuerzas para enfrentar la vida. Sentir este tipo de placer nos puede generar cualquier adicción. Cuando avanzamos en Candy Crush a niveles mayores se incrementa la complejidad, lo que genera en nosotros ansiedad por alcanzar la recompensa dopaminesca – si el término existe – posteriormente la complejidad disminuye para nuevamente incrementarse, esto en realidad es aplicado en diversos juegos, pero Candy Crush no se ciñe solo a esta variable. Otro punto importante es trabajar las carencias reptílicas, una de estas es nuestra necesidad de control, nuestro cerebro necesita tenerlo todo controlado, si esto no sucede, nos genera angustia, fastidio, intranquilidad. Candy Crush no solo nos hace sentir que tenemos el control, en realidad nos lo otorga. Nos da cinco vidas por nivel, si se terminan, hay que esperar algunos minutos para volver a jugar o comprar o recibir de un amigo más vidas. La música de Candy Crush es otro factor bien construido, la emoción propia del juego, es acompañada por una música»dulce» y una voz que nos premia por cada avance, esto también aporta para construir la percepción de dulzura y de recompensa, aquella recompensa que emociona nuestro subconsciente, que nos transporta a cuando éramos niños y cuando lo dulce era pieza clave para nuestra felicidad, un dulce recibido por aquellas personas que tanto queríamos, simplemente nos reconfortaba y generaba alegría en nosotros, era nuestro premio muchas veces. Antes han existido juegos semejantes, como el moderno Jeweled o el famoso Tetris, pero ninguno ha tenido el impacto subconsciente que Candy Crush logra, ni la actividad multisensorial que este juego nos trae. Para terminar debo confesar que Candy Crush es mi refugio, mi reto constante, mi relajo energético, con un par de movimientos siento que se pone en orden el caos de mi vida, pues ahí yo tengo el control …
Comentarios