Además de la publicidad que promueve la defensa de los animales, en varias circunstancias se recurre a estos personajes por una razón: resultan ser más risorios y emotivos que los mismos humanos. ¿Por qué? Porque ya estamos bastante acostumbrados a la humanidad. Cuando en una película vemos herido a un soldado no nos genera ningún sentimiento, estamos acostumbrados. En cambio, con tan sólo ver a un perro que le falta alguna de sus extremidades o que es maltratado, es más impactante y produce sensaciones en la audiencia. Esto se debe a que los animales nos parecen vulnerables, sin capacidades para defenderse. Dejando a un lado la emotividad, las risas que causan los actores animales se deben a que en ellos proyectamos actitudes humanas, los volvemos antropomórficos. Ver un gesto o una actitud en los humanos nos es demasiado familiar, lo que no causa ningún estímulo. Pero en el momento en que lo comparamos con lo animal o viceversa, es cuando nace lo cómico. Hay tres características que se exaltan con esto: los defectos, los impulsos y lo cotidiano. Mostrar los defectos a través de los animales ya se usaba en las fábulas para evitar las ofensas. Y aun así no siempre se logra, como sucedió con “La rebelión de la granja” de George Orwell. El hombre es, a fin de cuentas un animal, por lo que presenta instintos reprimidos. Al verlos humanizados en los animales, entonces se libera y al menos puede reírse de su situación o de lo que le sucedió al amigo del amigo. Para que esto suceda, siempre las características del animal deben coincidir con las del hombre o hacer un contraste muy evidente. Las actitudes cotidianas de los humanos transformadas en animales deben ser bien cuidadas para no caer en lo grotesco si no se desea. Todo depende del mensaje y del público, pues un gesto puede ser tan humano y tan bien ejecutado en los animales, que a veces causa rechazo. ¿Por qué? Porque son actitudes naturales que el inconsciente rechaza por sentirse eludido o atacado.
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