Tres son los caminos que el antropólogo puede elegir para escrutar el interior de una sociedad: el arte, la ciencia y la filosofía. El arte nos hará comprender cómo siente un pueblo, mientras que la ciencia nos mostrará cómo piensa y la filosofía cómo percibe el tal. El estudio de la ciencia siempre será sincrónico, actual, mientras que el análisis de la filosofía y del arte será diacrónico, inactual. En el mundo del arte nos toparemos, por ejemplo, con la configuración del oído de las tribus, con la de su retina y de su gusto. En la ciencia habrá una lógica, una mecánica, una matemática. En la filosofía, sí, habrá mitologías, creencias. Es casi imposible que un antropólogo llegue a escuchar los sonidos que puede escuchar la tribu que investiga, a saber, el pueblo de su interés, con un oído tierno, inocente. Posibilidad poco convincente resulta que un antropólogo adopte la racionalidad del grupo que mira sin que él, el antropólogo, pierda, poco a poco, su propia personalidad. Antes de ejercer cualquier antropología o sociología es menester ejercer o poseer una filosofía que nos mantenga inmunes, pero abiertos, a los influjos de una extrañeza, es decir, de un pueblo ajeno. ¿Qué es el hombre? ¿Es lo que hace, como diría Sartre? ¿Es lo que siente, como diría Schiller? Boecio suministra una definición utilísima. Él ha subrayado que un hombre es una persona, una mascarada, un actor: «naturae rationalis individua substantia». ¿Naturaleza? Entonces es un manojo de sentidos, un par de ojos, de orejas, etcétera. ¿Racional? Entonces es una peculiaridad, un punto de vista, una mónada, como querría Leibniz. ¿Individual? Entonces tiene juicio, capacidad para medir, ponderar y decidir. ¿Substancia? Entonces es una cosa finita y expuesta al accidente. De los cuatro atributos, señalemos: dos son compartidos (la naturaleza humana y la carne y la sangre que hacen el cuerpo) y dos no lo son (la racionalidad, la individualidad o personalidad). El antropólogo, por versado que sea, jamás podrá ser un ente aislado capaz de ejecutar el papel de un «observador juicioso» libre de pasiones. «El antropólogo, por tanto, tiene que resistirse a cualquier intento de permanecer fuera con su yo observador y, cuando le sobreviene la cólera, no la perturba convirtiéndose en su espectador, sino que la abandona a su curso sin el empeño de ganar sobre ella una perspectiva», nos dice Martin Buber (`¿Qué es el hombre?´). Todo antropólogo afana la «objetividad», la «neutralidad», el desapasionamiento, pero tal condición no es accesible, es imposible para todos. Lo mejor que podemos hacer es educar nuestra forma de mirar, de pensar lo mirado y lo sentido. Tenemos intuiciones y tenemos entendimiento, fuentes del conocimiento humano. Nuestra intuición se rige con las reglas del tiempo y del espacio (física, química, Einstein), mientras que nuestro entendimiento se rige con las reglas de la lógica (símbolos, cábalas). El movimiento, la aceleración, el color, el olor y más son datos que captamos o intuimos, datos que luego ordenamos, jerarquizamos, cribamos, y dichos actos son asequibles gracias a la lógica, que tiene dos vertientes: la general y la particular. La lógica general (deducción) sirve para vivir, para ir y venir, para asimilar el mundo; mientras que la lógica particular (inducción) sirve para pensar en cosas concretas. Con la lógica general entendemos que tenemos hambre, que debemos buscar sustento, trabajo, un salario, y con la particular entendemos que con tal o cual manzana podemos hacer un jugo, un platillo, un néctar. El antropólogo, si serio es, si cree en su labor, usará la lógica general para comprender la lógica del pueblo que estudia, que no es una cosa (ente), sino un campo semántico hecho de elementos similares (gente). Es erróneo pensar en un pueblo como se piensa en una manzana: es un error hacer homogéneo lo que es heterogéneo, afirma Karl Marx. ¿Por qué? Immanuel Kant aporta la respuesta (`Crítica de la Razón Pura´, Segunda Parte): «Pensamientos sin contenido son vanos, intuiciones sin conceptos son ciegas. Por eso es tan necesario hacerse sensibles los conceptos (es decir, añadirles el objeto en la intuición), como hacerse comprensibles las intuiciones (es decir, traerlas bajo conceptos)». Enristrar la lógica particular para pensar en una sociedad es pensar en vano. Jamás podremos pensar en los indios o en los italianos, pero sí en la economía de los indios o en el arte o en la ciencia o en la filosofía de los italianos. Meditando la poesía de Petrarca atisbaremos cómo es el oído de los italianos, y tal nos hará comprender sus gustos sonoros, lo cual nos hará penetrar, si avispados somos, en las razones por las cuales las máquinas italianas, o sus películas, o sus canciones, son como son o suenan como suenan. ¿Qué estoy haciendo? Filosofando, analíticamente, tópicos lingüísticos, esto es, lenguajes, estéticas, ciencias o filosofías (el arte de Homero hizo posible la filosofía griega, el arte de Virgilio y la teología de San Agustín hicieron posible la `Comedia´ del Dante, y el `Quijote´ hizo posible el advenimiento de la política moderna y del Estado). No ignoremos que la filosofía siempre estará unida al arte, a la técnica y la ciencia. ¿Recordáis, lector, que los sentidos no piensan y que los razonamientos no perciben? Todos los pueblos, más que pensar, son pensados, y la misión del antropólogo consiste en pensar, con consciencia, lo que los pueblos hacen sin saber lo que hacen, como los poetas criticados por Platón, que decían grandes cosas, pero sin saber lo que decían. Pero, ¿nos hacemos ingleses sólo porque conocemos la historia escrita por Edward Gibbon, la poesía de Browne, la economía de Bentham y la filosofía del obispo Berkeley? No: «hay que conocer los objetos ya en un grado bastante elevado, para dar las reglas de cómo pueda llevarse a cabo una cierta ciencia de ellos», nos recuerda Kant. ¿Cómo elevarnos? Comprendiendo las problemáticas que han acuciado al hombre desde que éste tiene memoria, historia (Hegel). La locura medieval, la soledad judía, el destierro de Ovidio y la pobreza de los arrabales en Brasil nos aleccionan. Martin Buber ha dicho: «La soledad de Pascal es, en efecto, históricamente `posterior´ a la de San Agustín; es más completa y más difícil de superar. Y de hecho se produce algo nuevo, que no se había presentado nunca: se trabaja en la construcción de una nueva `imagen´ del mundo, pero ya no se construye una nueva `mansión´ cósmica». ¿La sociedad que yace bajo mi escrutinio busca su casa en el arte? Si así es, pensad en el arte como se piensa en una institución. ¿El pueblo que penetro ha hecho de la técnica su nueva «mansión»? Recordad el viejo dicho del siglo XII, el que dice: «Italia tiene el papado, Alemania el imperio y Francia el conocimiento». El lenguaje, la palabra, es la casa del ser, ha dicho el maestro Heidegger, y para pensar en la palabra, en lo lingüístico, es necesario esgrimir la lógica particular. La religión, escribió Goethe, es para los que no tienen arte ni ciencia, y por tal motivo hay que pensarla como teólogos, con una lógica general. Ineludible es construir menos perspectivas, y necesario es construir, con la minucia del óptico Spinoza, más expectativas. Imagen cortesía de Fotolia.
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