Sendos prólogos de variopintos libros afirman que la nota periodística sirve para que los escritores se ejerciten en el arte de traducir el mundo, de hacer novelas fragmentadas, recortes de la `tabula´ mundana. La cortedad de una anotación nos hace pensar en la anécdota. Los estoicos antiguos, discípulos de Zenón, creían que los objetos irradiaban notas, anécdotas circunstanciales, y que tales notas noticias eran, y que la acumulación de noticias forjaba la verdadera experiencia. Apegándonos al avenido tópico trifurquemos y afirmemos que hay tres clases de notas periodísticas: las fotográficas, las históricas y las especializadas, todas practicadas por Christopher Hitchens, excelso y culto periodista. Las notas fotográficas buscan lo específico (lo simultáneo), lo singular, mientras que las históricas buscan darle continuidad a un acontecimiento (lo temporal), y las especializadas extraer esencias del fárrago vital (el substrato). Ateniéndonos a la estructura de la sociedad industrial, vemos que las comunicaciones son más rápidas, que los transportes son más ágiles y que las personas están más informadas, fenómenos que hacen que el mundo viva a una mayor velocidad. ¿Qué clase de lenguaje es adecuado para fotografiar velocísimos sucesos urbanos? Remontémonos a la taxonomía clásica, que dictamina que el lenguaje se divide en prosa y en poesía. La prosa es libertad y la poesía mesura. La prosa no tiene límites, pero la poesía sí los tiene. La prosa es un ordenamiento (A + B + C), mientras que la poesía es una síntesis (C – B – A). Expliquémoslo citando un texto de Roland Barthes (`El grado cero de la escritura´): «En la época clásica, la prosa y la poesía son magnitudes, su diferencia es mensurable; no están ni más ni menos alejadas que dos cifras distintas, contiguas como ellas, pero distintas por la diferencia misma de su cantidad». Ya no estamos en la época clásica. La poesía moderna, afirma el francés, es un ente aislado del mundo, es algo sin historia, es una fotografía que capta momentos especiales. Tenemos, así, que la nota fotográfica, la que afana encontrar combinatorias, deberá esgrimir la técnica de la poesía moderna, como lo es la de Rimbaud, como lo es la musical pieza llamada `Pacífico 231´, de Honegger. Rimbaud urdió la joya siguiente: «Amour, appel de vie et chanson d´action,/ viennent la Muse verte et la Justice ardente/ le déchirer de leur auguste obsession». ¿Por qué tan bellos versos fotografían? Porque sintetizan, porque hacen del amor un acto, y de la inspiración un color, y de la justicia un clima («la poesía es un `clima´», dice Barthes) y de la carne un deseo. Lo abstracto se hace substancia, verbo, movimiento, escena, teatro, mundo, imaginismo poundiano. A tal argucia, sí, Carpentier le llamaría «reporterismo pictórico». ¿Cómo contar hechos históricos, o por mejor decir, hechos que trastocan la estructura económica y política y filosófica de un pueblo o nación? Embrazando la prosa clásica, la retórica. La retórica es un álgebra, una ecuación, una redacción que usa símbolos clásicos para recordar las categorías mentales del pasado. Mientras que en la nota fotográfica son posibles las onomatopeyas, los neologismos y los barbarismos, en la nota histórica no lo son. «La función del poeta clásico no es la de encontrar palabras nuevas, más densas o más deslumbrantes», dice Barthes. Plantemos un ejemplo, uno del `Quijote´, quien dice: «¿no oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los atambores?». El Quijote pregunta tales cosas en una época en la que dichas ceremonias casi se han perdido, y lo hace para continuar la tradición (El Quijote, entre polvaredas, ve a Alifanfarón, señor de Trapobana, y a Pentapolín, rey de los Garamantes, y lo hace porque lleva en la memoria, madre de la continuidad, los libros de caballerías leídos). Ahora pensemos en las notas especializadas. Mientras la nota fotográfica desea substantivar lo vacuo y mientras la histórica anhela concordar lo discordado, la especializada busca descubrir, desnudar. ¿Cómo hacerlo? Siendo «águila en los conceptos», según la famosa cita de Baltasar Gracián. Carpentier, maestro de la nota especializada, narró la sinfonía `Pacífico 231´ de formidable manera. Dice: «Los arabescos se multiplican; ascienden y descienden sin tropiezos, como hilos telegráficos entrevistos por la ventanilla de un vagón». Carpentier substantiva, hace hilos con sonidos, y de la vista una ventanilla y del cuerpo un vagón, es decir, mezcla símbolos nuevos con viejos, descubriendo una nueva gramática, desnudando nuevas leyes. ¡Escribid lo nunca escrito y pensaréis lo nunca pensado! Sabido es que el modernismo, que se desarrolló en Buenos Aires y en México, permitió la fusión de palabras olvidadas con palabras nuevas, y que tal fenómeno «es inconcebible sin Hugo y sin Verlaine», como dice Borges en un prólogo usado para prologar sus prólogos. Una palabra vieja es un rincón, y una nueva es una luz, y cuando la luz alumbra los rincones las ratas salen, se descubren cosas. Oigamos a Barthes: «De ahí que la distorsión a la que Hugo intentó someter el alejandrino, el más relacional de todos los metros, contenga ya el porvenir de toda la poesía moderna, puesto que trata de anonadar una intención de relaciones para sustituirla por una explosión de palabras». ¿Conclusión? La fotografía materializa, «cosifica» y petrifica, y la historia urde, y la búsqueda de hallazgos produce explosiones semánticas. Los grandes contempladores o periodistas saben que la observación se hace en tres sitios: en el lugar de los hechos, en las notas y en la transcripción de las notas. Vuelvo a Borges, que dijo: «Esteban Echeverría fue el primer espectador de la pampa; Evaristo Carriego, parejamente, fue el primer espectador de los arrabales. No hubiera ejecutado su labor sin la vasta libertad de vocabulario, de temas y de metros que el modernismo deparó a las literaturas de lengua hispánica». ¿Podríamos captar lo veloz con un lenguaje lento? ¿Podía Honegger la kilométrica locomotora adular con los cortos metros musicales clásicos? ¿Podemos anotar lo acaecido en el lupanar y en el arrabal con aristocráticas retóricas moralistas? ¡Atended las bellas letras, periodista!
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