La percepción está ligada al lenguaje, y el lenguaje siempre será un sistema de metáforas que servirá para referir lo desconocido a lo conocido, para comprender, más o menos, las novedades que el mundo nos presenta diariamente. Por las puertas de la percepción entran los mensajes que lanzan los Mass Media, esto es, por los ojos y por las orejas entran los contenidos que lanza, por ejemplo, la Televisión. Los emisores y los productores de televisivos programas han tenido que arrostrar una pregunta: ¿cómo evitar la polisemia? Antes de avanzar, definamos, o acotemos.¿Qué es la polisemia? Es un fenómeno de la percepción que modifica o trastoca los significados. Umberto Eco, en conferencia pronunciada hacia el año 1974, pregunta (`¿El público perjudica a la televisión?´): ¿Qué quieren decirnos cuando nos mandan al diablo? ¿Querrán que imitemos al Dante? ¿Querrán que nos alejemos? Eco, después, irónicamente señala que un italiano ve en un rebaño de vacas cosa muy distinta a la vista por un indio. Uno ve alimentación y otro ve rituales. La eslabonada BBC, al hablar sobre ganadería, ¿puede o debe usar imágenes de rebaños? La confusión no estribará en la imagen, sino en el mal uso del código, en el mal uso del metalenguaje que enmarque a la imagen (sonidos, gestos, efectos, discurso).
Constantemente confundimos las categorías mentales con las expresiones que manifiestan las dichas categorías. Una ingente cantidad de vacas significará, para matemáticos e ingenieros, abundancia, pero para un ganadero del sur americano tal vez signifique desorden (en el `Martín Fierrro´ hay la siguiente ovejuna imagen: «Que en puertiando la primera,/ ya la siguen las demás,/ y en montones las de atrás/ contra los palos se estrellan,/ y saltan y se atropellan,/ sin que se corten jamás»). Constantemente mezclamos, bajo la palabra «tormenta», la nube, el rayo, el relámpago y la lluvia. Las categorías mentales son como nubes, y cada sociedad tiene las suyas. Creemos, gracias a nuestro «verbocentrismo» y a nuestras muchas e impuestas publicaciones, que todo el mundo piensa con las categorías mentales nuestras. Un «puerta cerrándose» no suena a «puerta cerrándose» a través de la radio, ni significa, además, misterio y terror como en los cuentos de Poe. En un prólogo que Jorge Luis Borges despachó para introducir al lector en la obra del místico Swedenborg, leemos: «La explicación es obvia. El empleo de cualquier vocablo presupone una experiencia compartida, de la que el vocablo es el símbolo. Si nos hablan del sabor del café, es porque ya lo hemos probado, si nos hablan del color amarillo, es porque ya hemos visto limones, oro, trigo y puestas de sol».
Los Mass Media, pensamos, llegan a todo el mundo, a la masa, pensamos que allegan imágenes de soles, de limoneros y de granos de café a las mentes del orbe, y como tal sucede soñamos que toda la gente del planeta comparte las imágenes con las que soñamos, y erramos. ¿Quién ha olvidado la discusión que entre un barbero y el Quijote hubo y hay, pues la relectura revive, sobre un «yelmo de oro» que también era una «cosa que relumbra» o bacía? El Quijote, poseedor de lecturas, veía en la bacía un «yelmo», mientras que Sancho veía una «cosa» y el barbero una bacía vacía de significante alguno. ¿Pudo alguna vez el televisivo Quijote imponerle a Sancho sus categorías mentales? No, aunque Sancho fingía entendimiento, demencia. Umberto Eco afirma que la Televisión no determina el pensamiento de las masas, afirma que no hay masas homogéneas, pues dice: «Tomemos el ejemplo de Italia, donde la TV nació a comienzos de los años cincuenta y donde existe hoy una `generación´ en el sentido clásico del término (25 años), que ha crecido contemplando el televisor». Cualquiera pensaría que tal generación fue manipulada, condicionada, pero no es así, ya que tal generación «ha sido la generación de mayo del 68, la de los grupúsculos, del repudio a la integración, de la ruptura con los padres, de la crisis de la familia, de la suspicacia contra el `latin lover´ y la aceptación de las minorías homosexuales, de los derechos de la mujer, de la cultura de clase opuesta a la cultura de las enciclopedias ilustradas».
Para la gente del 68 la política, la economía, la historia o la ideología no eran objetos sagrados, alados y dorados, sino simples «cosas» que relumbraban bajo la luz del capricho de quijotescos hombres con poder. ¿Por qué se deja engañar la Televisión y por qué cree que al llegar a millones de televidentes inocula un mensaje? Porque las encuestas que usa para medir su efectividad le mienten, porque los encuestadores están más cerca de la Televisión que del televidente. Eco, dice: «saber que diez millones de personas han visto el film en el primer canal significa tan sólo que éstas no han tenido el valor de seguir el concierto de música de órgano en el segundo». Las encuestas miden cifras, mas no usos. La encuesta que no encuentra respuestas verbalizadas, racionales, asume que el encuestado no ha comprendido el mensaje. ¿Todo lo que comprendemos puede ser verbalizado? Recuerdo que San Agustín, al ser cuestionado sobre el tiempo, respondió (el tiempo, ha escrito Kant, es una categoría mental apriorística, elemental): «¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé. Pero, si quiero explicárselo a quien me pregunta, no lo sé». ¿Qué quiere decir el mensaje que he recibido? Si los encuestadores no me lo preguntan, lo sé. Pero, si quiero describírselo a una trifurcada cuestión, no lo sé («Sometimes we see a cloud that´s dragonish», dice Shakespeare).
Los mensajes que envía la Televisión (imágenes de «yelmos de oro») se mezclan con la cultura de la sociedad receptora, haciéndose, así, un lenguaje nuevo, uno que no siempre traducirá los mensajes de la Televisión fidedigna o gramaticalmente. ¿La Televisión forja mentalidades o la masa mental forja los contenidos de la televisión? ¿Terminará la Televisión siendo una mera extensión de la imaginación masiva? ¿Son los dragones de las series televisivas los padres de los alebrijes, o viceversa? E. Z. P.
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