Podríamos usar la lógica tradicional para columbrar qué es el «gusto». También podríamos citar sendas obras de arte para comprender qué es la armonía, el ritmo, la composición, la métrica, y luego eliminar toda obra de arte que no encaje con los parámetros hablados. Por el contrario, también sería posible pensar como románticos, como Lord Byron, pensar que la música, por ejemplo, es la «reificación» o «cosificación» de los sentimientos del hombre. Convencido estoy de algo: el «gusto» es, como diría Kant, una intuición, algo hecho de tiempo y de espacio. ¿Qué es la intuición? Definirla hará que usemos léxico abstracto, que hablemos del tiempo, del espacio, hará que nos quedemos en la nada. Cuando lo material no puede ser definido, ora por falta de conocimiento químico, ora por falta de lenguaje propicio, es imperioso pasar a la forma. La materia, enseña Kant, gran filósofo de la belleza, alma afín a la de Schopenhauer, sólo nos regala impresiones, apariencias, mientras que la forma nos habla de leyes. Cambiemos la pregunta: ¿en dónde o cómo se expresa nuestra intuición? En nuestras elecciones, en los objetos e ideas que elegimos. Viendo el talle de la piedra marítima podemos imaginar o inducir el movimiento del agua, de las olas, del viento. El «gusto», más que definición, primero debe ser ilustración, demostración, muestra, exhibición de aparador. Y para que así sea, como siempre, nos remitiremos a los análisis sociológicos, y en especial a una conferencia que Pierre Bourdieu brindó en la Universidad de Neuchâtel, allá en 1980. Él, dijo así: «hay que recordar cómo se definen `los gustos´, es decir, las prácticas (deportes, actividades de ocio, etc.) y las propiedades (muebles, corbatas, sombreros, libros, cuadros, cónyuges, etc.) mediante los que se manifiesta `el gusto´ entendido como principio de las elecciones así efectuadas». Excavemos, saquemos joyas léxicas: «prácticas», «propiedades» y «elecciones» rescatemos. Ahí, en el fenómeno (`fainomenon´), en «lo que se manifiesta», como dicen los saberes filosóficos, está el «gusto», que es idea, noesis (`noumenon´), «lo que `no´ se manifiesta», pero que se encarga de dirigir nuestras elecciones. ¿Las mercancías configuran los gustos o son los gustos los que configuran a las mercancías? ¿Hay una relación directa entre la clase social y el «gusto»? Citemos un latinismo: «ignoti nulla cupido». Umberto Eco puede gustar de `James Bond´, vulgar saga, pero también de Cavalcanti, poesía culta, pues puede acceder a lo alto y a lo bajo de la cultura sin perder su personalidad, su identidad, su historia. ¿Pueden lo mismo hacer las personas que machacan materias en fábricas? ¿Puede gustarle a un joven proletario la poesía de Cavalcanti? ¿Puede el tal hablar como Gracián en el sindicato? ¿Puede Eco hablar como sindicalista frente a las cámaras del `The New York Review of Books? ¿Cómo llegará nuestro joven a tales glorias literarias? Y si llegase, ¿sabría aquilatarlas?, ¿no vería en `El Quijote´ un simple museo de palabras «viejas»? Tales complejidades sociales son explicadas por Bourdieu, que dice: «El amor al arte a menudo habla el mismo lenguaje que el amor: el flechazo es el encuentro milagroso entre una expectativa y su realización». Intuimos los objetos, las mercancías, que son producidas por alguien más. Pensemos: ¿ese productor le preguntó al comprador por sus gustos? Y si así fue: ¿supo el comprador expresar sus gustos? ¿Podemos conocer los gustos del hombre yendo al hombre, o por mejor decir, preguntándoselos? Bourdieu afirma que el «gusto» apenas puede ser expresado, afirma que es labor del vendedor de objetos, de muebles, pinturas y demás la de anticiparse a los deseos de las masas, afirma que debe convertirse, para usar sus palabras, en «un calculador económico racional que, mediante una especie de estudio de mercado, conseguiría presentir y satisfacer necesidades apenas formuladas o incluso ignoradas». ¿En dónde aprenden o adquieren las masas sus gustos? En la universidad, en la Iglesia, en las tiendas, en la publicidad, pero sobre todo en los medios de comunicación, que se han convertido en las nuevas fuentes del conocimiento. Antes, notamos, la gente leía en la prensa reseñas sobre libros, pero ahora hace de la prensa un libro, su única lectura. «En el caso del periodismo, el crítico del `Figaro´ produce con la vista fija, no en su público, sino hacia el `Nouvel Observateur´ (y a la inversa)». ¿Comprende el lector del `Figaro´ lo que dice el crítico que escruta? Si carece de una formación literaria, no, pero sí puede adoptar o imitar sus juicios. Kant ha dicho que las intuiciones (lectura del `Figaro´) sin conceptos (formación literaria) son ciegas. Tales cegueras provocan que en las tiendas puedan estar juntos libros completamente distintos. He visto en varias tiendas el `Harry Potter´ careándose con `La República´ de Platón y con los tomos de Enrique Krauze, he visto que nadie sufre empacho en viendo tales alquimias. ¿Percibe la clientela tal deformidad semántica? Tal vez no. Kant nos enseñó que la mente humana ejecuta cuatro acciones antes de forjar conocimiento, y son: intuye (sólo lo que puede conocer), contempla (sólo lo que puede ver), analogiza (sólo lo que le permite su educación) y sentencia (sólo lo que se acomoda a su moral). Esos, pienso, son los cuatro ingredientes del «gusto». ¿Tiene mal «gusto» la persona que sin congoja puede pasar de `Harry Potter´ a Platón? No respondamos, hagamos más preguntas. ¿Qué categorías usa el lector de libros para comprarlos? ¿Qué busca en ellos? Pensemos. Un hombre que pasa ocho horas laborando en una línea de producción, ¿qué busca en un libro? Si busca solazar su imaginación, entonces Platón y Potter sirven. Alguien dirá que la poesía platónica es harto superior a la potteriana, pero dicho alguien será alguien como Harold Bloom, delicado crítico. ¿Qué busca el estudiante universitario en los libros?, ¿busca erudición? Para él, entonces, sirven los libros de Krauze y los de Platón. ¿Qué busca Doña Adinerada en un libro? ¿Busca un regalo para su amiga o para el hijo de su amiga? ¿Por desventura regalará algo «pasado de moda», algo de Platón? No. Entonces, para ella sirven los libros de Krauze, «actual», y los de Potter también, que «de moda» está. ¿Qué estamos haciendo? Construyendo nuestro «objeto de estudio», el «gusto», pero no a través del «noumenon», sino a través del «fainomenon». No confundamos el «gusto» con la «cultura». El «gusto» por Chopin, dice Bourdieu, puede volver a nacer si algún músico le interpreta de modos nuevos. Dicho «modo» (técnica) representa al «gusto», y Chopin a la «cultura». Es posible que un joven con buen o mal «gusto» jamás encuentre lo que busca en las mercancías o en las actividades que se le ofrecen, y así, tendrá que crear su propio arte, su propia estética. La originalidad nace de la inconformidad. Tal joven, como dijo Cide Hamete Benengeli, vivirá sin amor, sin pasión, será «árbol sin hojas y sin frutos, y cuerpo sin alma». El «gusto», concluyamos, comprendido puede ser si razonamos en él desde una postura definida. El modisto que políticamente habla de moda dirá, según Bourdieu, que el pantalón es un «símbolo de igualdad», mientras que el modisto con gustos históricos hablará de las prendas históricamente, argumentando que tal o cual sombrero fue tradicional en las cámaras de la Edad Media. La política, la historia, la economía o la filosofía forjan el espacio en donde acaece la «producción de gustos». Imagen cortesía de Fotolia.
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