Apuntes para el curso de `Redacción en Redes Sociales y OTL´.
«Es de vidrio la mujer», dice Lotario, personaje del `Quijote´, obra añeja y aislada de América. Encontrar analogías es, sobre todo, un acto constructivo. Pierre Reverdy lo dijo: una analogía o metáfora es el acercamiento de dos objetos que aparentemente pertenecían a campos semánticos disímiles. Jorge Luis Borges, quejándose de las metáforas de los malos poetas, afirmó que una metáfora o analogía es sólo un acercamiento momentáneo de dos entes, o al menos así debería ser, pues de lo contrario consagramos imágenes mostrencas, categorías mentales funestas e inútiles para pensar.
Hecha la metáfora, hecha la analogía, esto es, encontradas las relaciones entre el «vidrio» y la «mujer», la metáfora tendrá que diluirse. Ezra Pound, en sus estéticos estudios, sostiene que la crítica literaria, que es el arte retórico consistente en encontrar inconsistencias debe llegar, ver, vencer y retirarse. ¿Por qué? Simple: la herramienta para componer el motor no puede quedarse en el motor. El análisis lingüístico de los relatos, por ejemplo, usa herramientas nacidas de la semiótica, de la antropología o de la sociología, herramientas que jamás deberán hacer que los objetos de estudio sean sociológicos, antropológicos o lingüísticos, que jamás deberán hacer de un poema un tácito himno, por ejemplo.
Un maravilloso ejemplo espinosista pongamos: la idea que usamos para «representarnos» el círculo (uso la terminología de Berkeley) o la ecuación que usamos para representarnos un círculo no es el círculo en sí mismo. Clarifiquemos la cuestión: que usemos herramientas lingüísticas o económicas para dilucidar fenómenos sociales no provoca que tales fenómenos sociales sean sólo explicables a través de lo lingüístico o económico. Una boda no será siempre la manifestación del amor o de la certeza material, digamos.
Escrutemos, brevemente, un relato totonaco, llamado `Ix Akstu Chixku´ o `El hombre solo´. El relato habla de una mujer que afirma que muerto su esposo, ella muerta será. Su esposo no le cree y finge ser muerto para corroborar las tesis de su mujer, y la mujer, en viendo el fingimiento mortuorio, se mata. Tal historia relato es, y analogías entre él y el `Quijote´, que es una novela, podemos encontrar. Lotario lanza un poema sabio, es decir, uno en el que se advierten cosas, en el que se dan por sabidas algunas cosas, algunas debilidades mujeriles.
Lotario, en el `Curioso Impertinente´, dice: «Es de vidrio la mujer,/ pero no se ha de probar/ si se puede o no quebrar/ porque todo podría ser». La mujer del relato totonaco, a su vez, afirma: «Si llegaras a faltarme alguna vez o llegaras a morir, yo también moriría». Comparo textos «aparentemente» aislados, pues quiero hacer metáforas, analogías, encontrar similitudes, como diría Reverdy. Prosigo. Lotario empuña cristalinas metáforas, mientras que la mujer totonaca habla directamente, aunque ambos tratan el mismo tema. Novela y relato presentan, aquí, circunstancias similares, casi idénticas. Anselmo, receptor de la poesía de Lotario, quiere comprobar si su mujer fiel le es, y el esposo de la totonaca quiere comprobar si su mujer se mataría en viéndole muerto. ¿Qué vemos? Desconfianza, sendos Descartes españoles e indígenas.
La desconfianza nos hace pensar en su antónimo (lógica de los binomios), en la confianza, y la confianza nos hace pensar en la idea del verificacionismo. ¿Cómo verificar que alguien es o no confiable? La esposa de Anselmo, usando a Lotario, recibe dádivas de éste, «pluvias de oro», dineros, halagos, requiebros, lances, lágrimas, ruegos, pero la tal no cede fácilmente, no se rinde mansamente, aunque al final Amor le enturbia y le doblega. La totonaca, frente a su muerto marido, que «parecía macheteado», como dice el relato, corre a colgarse, a matarse de tan triste que se ve. ¿Pruebas de la fidelidad de la esposa de Anselmo? La indiferencia, el disimulo. ¿Pruebas de la fidelidad de la totonaca? La muerte. ¿Podríamos decir que la europea se educa para «actuar teatralmente» y que la indígena mexicana para «actuar realmente»? Por amor a la paz omitiré conjeturas.
En el manual llamado `El oficio de sociólogo´ leemos esto: «La prueba no es aportada por una experiencia crucial, sino por la coherencia de los indicios que la teoría permite percibir en los hechos que hasta ese momento aparecían dispersos e insignificantes». Olvidemos los desaires y la muerte, y fijémonos en los «indicios», pero sobre todo en su coherencia, en su credibilidad, en su sintaxis. ¿Por qué es creíble la fidelidad de la esposa de Anselmo? ¿Por qué la totonaca? ¿Será que ambas piensan que perdiendo al marido se pierde la hacienda y la honra? ¿Se muere por la honra? ¿Se muere en la pobreza? Pisamos terrenos económicos.
La nota 36 de `El Capital´, dice: «Los economistas tienen un modo curioso de proceder. Para ellos, no hay más que dos clases de instituciones: las artificiales y las naturales. Las instituciones del feudalismo son instituciones artificiales; las de la burguesía, naturales». ¿Qué es el matrimonio para las mujeres relatadas y noveladas? ¿Es una institución natural o artificial? El matrimonio, para la europea del `Quijote´, era una institución divina, feudal, natural, necesaria, suficiente. ¿Y qué era para la totonaca? En el relato leemos lo siguiente: «Dicen que hace muchísimos años, en un pueblito, vivía una pareja que se amaba en verdad; que se querían demasiado». Notables son las palabras «amaba», «verdad», «querían» y «demasiado», que tienen sus análogas en la cultura europea y en casi cualquier otra cultura. ¿Se queda en la nada la totonaca al quedarse sin marido? ¿Hay Quijotes o Sanchos amparadores de viudas en México?
La sociología, hoy, es relativista, pero estos análisis desmienten sus imposturas (leed, para saber más, el `Lire le Capital´, de Louis Althusser). Que todas las sociedades tengan un «modo de producción» económica no significa que todas tienen cosmovisiones totalmente distintas. El esposo de la totonaca, como Anselmo, solo se quedó. ¿Hay en las dos historias una enseñanza matrimonial para los hombres? ¿Qué hizo el totonaca con la fenecida? «La sepultó, se quedó solo y triste. Siempre miraba aquel lugar por donde había enterrado a su mujer. Durante la noche, oía cantar a un tecolote y, como se encontraba en pena, muy enojado gritó». Vico habló de un `instinto de animación´ común en todos los seres humanos, de un instinto que nos hace darle «voces a la soledad», citando algo del `Quijote´.
Dilthey creía que las sociedades se forjan bajo tres condicionantes: el clima, la economía y la política. Dos son espaciales y uno es temporal (histórico). Marx demuestra cómo el lenguaje, que es la substancia del pensamiento de todo pueblo, se conforma o moldea con el peso de lo material, de lo espacial, pues dice (`Das Capital´): «Los antiguos germanos calculaban las dimensiones de una yugada de tierra por el trabajo de un día, razón por la cual daban a la fanega el nombre `Tagwerk´ (o `Tagwanne´) (`jurnale´ o `jurnalis´, `terra jurnalis´, `jurnalis´ o `diornalis´, en latín), `Mannwerk´, `Mannskraft´, `Mannsmahd´, etc». ¿Qué estamos haciendo? Sintetizando, encontrando lo que hay de común en cada sociedad, pues hoy, como aseveraba Bachelard, «la hipótesis es síntesis».
En el totonaco relato la «naturaleza», la institución natural, es representada por un tecolote, y en el poema cervantino lo es por Dánae, miembro de la mitología griega. En el relato totonaco un tecolote le promete al viudo un viaje hasta los terrenos de la muerte («trépate a mis alas y cierra bien los ojos para que te pueda llevar donde está tu mujer. No los vayas a abrir porque si los abres no llegaremos»), y en el `Quijote´ Clavileño, un caballo de madera, también promete viajes hasta lugares inéditos pidiendo la misma condición: cerrar los ojos. ¿Fetiches? Sí, y al estudiar fetiches debemos cuidarnos de no huir de los hechos, que siempre están recubiertos por los fetiches.
Hay, como decía Kant, que «deletrear los fenómenos para poder leerlos como experiencias», o hay, como decía Sor Juana, que deletrear lo que leemos «entre los caracteres del estrago». Pensemos en la palabra «estrago». En el poema de Lotario, leemos: «y no es cordura ponerse/ a peligro de romperse/ lo que no puede soldarse». ¡No hay soldaduras para reunir lo divino! ¡Estragos! En el relato totonaco, a su vez, leemos que la mujer, muerta, toma forma de «mosca verde» para regresar al mundo de los vivos, y que por tomar tal forma no es reconocida por su marido, que la ahuyenta.
Las simbologías no se leen como los hechos, no tienen el mismo orden. Los cuentos policiales de Poe, de Chesterton o de Doyle lo demuestran. Para cada dimensión de lo social hay cuestionamientos específicos. En una sociedad hay palabras, objetos, situaciones y héroes que tienen que ser interrogados con las preguntas correctas, evitándose, así, lo que hace el historiógrafo, «para quien la interrogación es un simple cuestionario al cual lo real respondería pregunta tras pregunta». ¡Las cosas no hablan! Pero, pero si hablasen, dirían (cito a Marx): «es posible que nuestro valor de uso interese al hombre, pero el valor de uso no es atributo material nuestro». Será necesario aprender el idioma de los símbolos si queremos leer los fenómenos de las sociedades, excelentes entes sintetizadores de experiencias. `Amicus Plato, sed magis amica veritas´.
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