A más de dos siglos de que se aprobara la famosa Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano en Francia, misma que cantaba al mundo los principios universales de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, parece que aún en este tiempo cuesta ubicar al segundo valor como un derecho inalienable de todo individuo. Y es que, puede que en su relación con sistemas políticos, económicos e incluso religiosos, el “principio de igualdad” siempre tienda a lograr un nivel de idealismo bastante alto. Lo cierto es que, en la práctica se ha hecho de este principio un “valor regulativo”(G. Rincón Gallardo, Presidente del Conapred), por medio del cual cobran sentido otros conceptos tan opuestos como la exclusión, la discriminación y el estigma; mismos que han desfavorecido históricamente a ciertos grupos. En los confines de lo mediático, que abarcan también a la publicidad, estas categorías no llegan a ser ajenas. Existen, y por supuesto que han sido muy conocidos, casos de exclusión social e incluso de discriminación, en la historia de las marcas; pero más que abundar en aspectos negativos y filosóficos, me gustaría explicar en esta ocasión por qué las prácticas publicitarias inclusivas, tienen un gran potencial de posicionamiento e impacto social. Para poder entender el concepto de publicidad inclusiva, debemos aceptar primero el grado de ambigüedad que hay en el mismo, cuando la finalidad de generar un mensaje publicitario está precisamente en el logro del impacto deseado en nuestro segmento de mercado, y que desde el momento en que hablamos de “segmentación” y de “lenguaje”, ya estamos generando una exclusión y discriminación de elementos, ideas e incluso de entes sociales. Pues bien, cuando decidimos considerar este tema para abordarlo en la semana, quisimos encausarlo hacia un solo propósito: fomentar el reconocimiento de una diversidad que, lejos de restar, siempre puede sumar. Y que además, para el caso de la publicidad, puede lograr mensajes mucho más impactantes; ideas que puedan conectar con el grueso de la población, y que lejos de generar antagonismos que deriven en crisis, logren conciliar intereses que lleven a la creación de marcas protagonistas, marcas Top of Heart. Tal como lo ha ubicado Coca Cola, por citar un ejemplo contundente. Entonces, cuando nos referimos a publicidad no inclusiva, queremos involucrar a aquella que estigmatiza, que violenta derechos universales y básicos por medio de un lenguaje peyorativo, despectivo, e incluso ofensivo. A la que denigra por medio del mensaje a un sector de la población, por diversas características de género, de religión, de raza, de status, de sexo, y así podríamos abarcar un largo e histórico etcétera; pero la realidad es que en cualquier espacio o tiempo, los seres humanos hemos ubicado siempre una razón, o más bien una sinrazón, para encontrar diferencias que puedan encumbrar o denigrar a personas o grupos sociales. La oportunidad que ofrece una publicidad inclusiva es tan grande como el reto que implica crear un mensaje que respete y pretenda insertar la mayor parte de los colores de este variopinto mundo, pero el resultado final puede lograr una gran aceptación y posicionamiento, además de una excelente reputación de marca. Como decía Cicerón: “cuanto mayor es la dificultad, mayor es la gloria”, y en este caso, la fórmula funciona del mismo modo. Imagen cortesía de Fotolia.
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