Convencidos estamos en mayoría de que si de algo nos provee la web, por medio de la gran cantidad de herramientas contenidas en ella, es de la posibilidad de ser completamente libres de expresar cualquier cuestión que nos parezca que debe ser expresada. Y mientras por la belleza misma de la vida, los movimientos que atraen masas, así como los que son meramente “individuales”, dan pie a que se generen puntos de choque entre el emisor y el receptor, quien se postra tras un monitor está tan acostumbrado a la carencia de represalia, que es capaz de caer en actos que más que libertad de expresión, representan libertinaje de la misma. Es evidente que no todo mundo irrumpe en actos de libertinaje, no lo es así en la vida ‘offline’ y mucho menos en la ‘online’. Incluso, podemos hablar de que son más los que se mantienen dentro de la línea de lo permitido que los que no lo hacen. No obstante, es tanta la indiferencia que manifiesta el “cibernauta tranquilo” que permite que aquel libertino, no sólo continúe actuando de esa manera, sino que incremente su frenesí al grado de casi ser imposible de parar. Podemos ejemplificar el libertinaje de expresión en la web, por medio de los sucesos que con frecuencia acontecen en las redes sociales. En ellas cualquiera es capaz de manifestarse de una manera radical en cualquier tema que le plazca y basándose en los argumentos que encuentre convenientes aun sin ser válidos ni sustentables. Hasta ahí, al parecer todavía no se irrumpe en nada fuera de lo habitual. Pero termina por ser problemático cuando se vuelve una tendencia en quien lo hace y que, peor aún, arrastra a los demás a caer en la misma radicalidad injustificada. La cual no solamente se queda estática sino que puede llegar a tales niveles que termine mal informando a una gran cantidad de gente. Este libertinaje suele suceder mucho cuando se trata de cuestiones visuales. La gente cae en el error de creer que todo lo que dice una imagen –por el simple hecho de que alguien se haya tomado el tiempo de hacerla— tiene obligatoriamente que ser verdad. Pues bien, de ser una imagen cuya información es falta de veracidad, quien la haya hecho, con o sin buenas intenciones, está cayendo en libertinaje al estar afectando a terceros al mermar sus conocimientos dentro del tema. Todavía más reprobable, cuando aquella imagen intenta denigrar o se manifiesta a favor de una situación definitivamente reprobable. Como réplica, se podría asumir que el receptor tiene la obligación de verificar qué tanta razón pueda contenerse en dicha imagen, pero como se comentó en párrafos previos, si alguien es culpable de esta situación es el mismo cibernauta indiferente ante la verdad y la mentira. Imagen cortesía de Fotolia.
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