Jorge Luis Borges decía que su memoria era superior a su inteligencia e ingenio, y escribió en un hermoso poema que la memoria «está hecha de olvido». Whitehead se suscribía a la opinión iconoclasta, afirmando que las ciencias sólo avanzan cuando sus fundadores se borran de la memoria humana. Platón imaginó unos hombres que tenían en la memoria meras sombras, meras siluetas, fantasmas adquiridos en un mundo cavernario. Bertrand Russell propone la siguiente incomprensible paradoja: ¿cómo sabemos que todos los recuerdos de nuestra vida no han sido puestos en nuestra memoria en los últimos cinco minutos? Y para concluir este planteamiento histórico, quiero hablar de Goethe, quien jamás olvidó que al nacer todos tenemos que recorrer la ruta científica y filosófica desde el principio, desde el Edén, no desde la Nada (nada se hace `ex nihilo´). Goethe, el científico Goethe, no el poeta, enseñó que sólo los tontos creen que tienen pensamientos nuevos. En veinte o en treinta años de estudio, que son muy pocos, nos meten en la cabeza el saber de veinte siglos o más, fenómeno que en términos relativos plantea lo dicho por Russell. ¿Qué aprendemos al vernos por vez primera en el mundo de la ciencia? Aprendemos a desmaquillar, a borrar, a eliminar detalles, a abstraer, a «barrer cachetes», como dijo Villarroel, y a chupar néctares y a dejar cadáveres en el suelo. ¿Podemos saber de qué raza o cultura es alguien a quien le hemos borrado los ojos, la nariz y la boca? No. ¿Qué es la estadística? Es el arte de volar ojos, de cerrar bocas, citando a mi modo el quinceavo poema nerudiano. Sumo: es un conglomerado de simbolismos, de reduccionismos, de aproximaciones, de errores sobre errores estibados que forman un rascacielos, un rascaespaldas de lo infinitesimal. Dewey, con todo y que empirista era, dijo: «Nada hay de más engañoso que la aparente sencillez de la investigación científica tal como la describen los tratados de lógica». La lógica, que es la poesía o estilística de la estadística, hace que el hombre sea A, que la mujer sea B y que el hijo sea C, quitándole a todos los miembros el rostro, la biografía, la edad, su sentir generacional. Y ya que ha borrado los rostros procede a pintarlos con sus propias pinturas, imaginaciones y mitologías. Y como se ha hartado de Platón, de Bacon, de Durkheim, crea un monstruo, un ser pintarrajeado con tonos de todas las épocas, haciéndose, ansí, una mezcla de tiempos, de imágenes sobrepuestas. En cinco minutos recrea veinte siglos, en menos de una hora, como el Quijote, la lógica vive o recuerda toda la historia humana. Sancho, que no estudió, nos alecciona: «Creo, respondió Sancho, que aquel Merlín, o aquellos encantadores que encantaron a toda la chusma que vuesa merced dice que ha visto y comunicado allá bajo, le encajaron en el magín o la memoria toda esa máquina que nos ha contado». ¿Quién es el tal Merlín? La universidad. ¿Quiénes los encantadores? Los científicos egresados de la universidad. ¿Quién la chusma? Los enemigos de la teoría, los mancebos de la técnica. ¿Quién antela a quién? ¿Fue primero la observación o la hipótesis? Sancho Panza, que no estudió, afirma que fue primero la hipótesis, y enseñó muy bien, y enseñó el arte de la deducción. ¿Cómo? Como siempre, sí, en los clásicos encontramos el saber. Sancho quería extraer de un académico ciertos datos, quería saber quién fue el primer hombre que se rascó la cabeza. El académico, en oyendo la pregunta, dijo que Adán fue, pues al ser el primer hombre, pues al tener cabellos y uñas, seguramente se rascó. ¿Se estibó el académico en observación alguna? No. ¿Por qué? Porque no hemos aprendido a observar el pasado con ojos propios, aunque sí con ojos ajenos, con historiadores ojos y con ojos históricos (no son la misma cosa). Sancho, luego, quiso saber quién había sido el primer «volteador», y lo supo con la información que le metieron en el magín en cinco minutos, aseverando que el tal fue Lucifer, «volteado» del Cielo por sus pecados. ¿No hace las mismas necedades el panzudo sociólogo? Sí, sí, y por eso todo lo reduce a sus saberes, que son deductivos (bíblicos) o inductivos (cíclicos). El sociólogo, para trazar líneas entre pobres y ricos, reduce lo humano a términos monetarios, sin distinguir la riqueza heredada (`classes possessed of property´) de la ganada o de la circunstancial (`classes in easy circunstances´). ¿Es rey el rey que mañana despertará en el «sueño de la muerte», como Segismundo, rey a ratos? ¿Es rico el hombre o la familia del hombre? ¿Serán ricos los hijos del rico? ¿Es la riqueza un rasgo individual o grupal? Louis Althusser, en su agudo libro llamado `Lo que no puede durar en el Partido Comunista´, escribió: «Pero la clase obrera, incluyendo los tres millones de inmigrados y los trabajadores que cobran el Salario Mínimo Interprofesional, no se reconoce espontáneamente en la `pobreza´, noción decimonómica y que tiene una sobrecarga de filantropía o de caridad». Pareto, a su vez, sostenía que «no se puede trazar una línea de separación absoluta entre los ricos y los pobres». ¿La taxonomía social debe ser horizontal o vertical? ¿Es real lo que vimos en la Cueva de Montesinos? Imagen cortesía de Fotolia.
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