Haga un anuncio decente que diga que busca redactores, hágalo bien. El anuncio tendrá que estar bien redactado, porque la buena redacción nos da credibilidad. Defina qué quiere en un redactor. ¿Quiere poesía para marcas poéticas o un despachador de textos aburridos que rellene espacios publicitarios? ¿Quiere inventores de historias o quiere un mono amaestrado que sepa describir cómo una mujer se baña y se echa champú? La mayor parte de las agencias publicitarias pretenden que sus redactores sean ideólogos o secretarias personales de los directivos. Tal situación es insostenible. Grave error etimológico, además, ya que los redactores «redactan» y los ideólogos producen ideas. Después de hacer el anuncio y de publicar el anuncio en los lugares correctos, programe una cita y llegue a la cita a la hora acordada. Cuando el primer candidato llegue trate de observar si éste trae un libro en la mano. Existen tres tipos de libros: los buenos, los malos y los de moda. Los que leen buenos libros son los mejores redactores. Los que leen malos libros son la maldición de las agencias de publicidad. Tan malos lectores pueden llegar a ganar premios, pero sólo los ganan cuando los jurados también son lectores de malos libros. Los libros de moda sólo deberían ser leídos para estar al tanto de las modas ideológicas. De aquí que los ideólogos lean libros de moda. No le pregunte a su candidato si le gusta escribir, ya que éste no es tonto, y astutamente dirá que sí, que sí le gusta, recordando que busca la vacante de «redactor». Tampoco le pregunte al redactor si sabe escribir correctamente, porque dirá que sí, porque escribirá, cuando nadie lo vea, apoyándose en sendos diccionarios. Pregúntele cuál es su diccionario favorito y después cuál es su enciclopedia preferida. La Enciclopedia Británica es buena, es grande y hasta pesada. Pregúntele a su candidato cuántos libros lee anualmente. Un gran redactor es un gran lector, y un gran lector lee, más o menos, cuarenta tomos cada doce meses, que juntos conforman varios años o siglos de vida. Pregúntele si lee autores que manejan o manejaron el instrumento castellano o si lee traducciones. Los grandes redactores saben que es menester leer, constantemente, autores castellanos, pues leyéndolos uno aprende cómo tejer textos fluidos, textos que dan placer al ser leídos. Si su candidato lee puras traducciones, entonces, créalo, no sirve. Pregúntele a su candidato si lee poesía y si la memoriza. Los grandes periodistas, redactores y correctores son amantes de la poesía, y saben, mínimo, de cinco a diez poemas de memoria. Haga que su candidato llene una cuartilla delante de usted. El buen redactor siempre quiere y puede escribir, y jamás dice paparruchas como «espero la inspiración». La velocidad es importante. Usted no quiere un redactor impecable que tarde ocho horas para redactar más de mil palabras. Usted necesita gente que produzca, que escriba, que tenga cosas que decir. Olvidemos la palabra «escritor», que es pedante, y digamos «redactor» o «escribano». Los grandes redactores son grandes conversadores. Un gran léxico equivale a un gran pensamiento, y pensar bien es escribir bien, y escribir bien es señal de ventura y buena cepa espiritual. Si su candidato lee más filosofía que poesía o novelas, quiere decir que batallará mucho contra la retórica, contra la mecanización, contra la prosa acartonada. Seleccione al que lee novelas y poesía, porque tal individuo sabe escribir cosas concretas. Para trabajar en el mundo de la publicidad como redactores debemos dejar de creernos artistas. Haga que su candidato escriba un texto diez veces, veinte veces, y dígale que su prosa es una porquería y que la mejore, y que no tendrá el puesto si no pule su cuartilla hasta la perfección fonética. Si él es un gran redactor jamás estará contento con sus párrafos, y con gusto corregirá diez, veinte o cien veces. Concluyamos. Respete el trabajo de su redactor, pues él no es adivino y jamás, jamás, jamás podrá escribir lo que usted quiere. Si usted quiere un texto específico o soñado, pues redáctelo usted mismo.
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