Pierre Bourdieu, Jean-Claude Chamboredon y Jean-Claude Passeron han ensamblado un libro clásico en el mundo de los sociólogos, llamado `El oficio de sociólogo´, obra clave y fundamental para todos los dedicados a la investigación de mercado. Los investigadores de mercado suelen usar técnicas estadísticas, excluyentes e incluyentes para extraer datos interesantes y útiles para las marcas. Pero hay un problema: el constante uso de grupos de enfoque ha provocado que los sociólogos, por ejemplo, olviden cuáles son las relaciones concretas que un ente social experimenta todos los días. Trabajar constantemente con grupos pequeños, dice el supracitado manual, escamotea la visión general del mercado. Un grupo de enfoque nos dirá cómo se comporta una persona en un cuarto con ocho sillas, en un «grupo de enfoque», pero no cómo lo hace en la calle. La gente no compra cosas yendo a grupos de enfoque, pero sí yendo a supermercados. El ser humano está rodeado de instituciones, de entes sociales que emiten discursos y códigos morales, discursos que presionan y que provocan actos específicos e invisibles para el ojo sociológico dentro de un grupo de enfoque. Durkheim observó que el mayor vicio de los investigadores sociales, que en este caso son los investigadores de mercado, consiste en describir lo social a partir de lo individual, lo dialogado a partir del monólogo, lo específico a partir de lo genérico, lo puesto a partir de lo supuesto. Otro vicio: atribuirle al ser humano cierto «mínimo» de conductas, de instintos, es decir, de rasgos supuestamente innatos, tales como el «celo sexual», la «piedad filial», la «necesidad religiosa» o la «tendencia a la sociabilidad». Todos estos rasgos caen bajo la protección de la palabra «naturaleza». Cuando insertamos en nuestros planteamientos la palabra «naturaleza» empezamos a confundir las causas con los efectos. «El hombre es un ser social por naturaleza», decimos, y al hacerlo creemos que el hombre, en su afán comunicativo, genera instituciones o artes para socializar, tales como el Estado, el Cine o la Tertulia. Si tales fenómenos surgieran así, no habría divergencias conductuales, y todos seríamos iguales, y todos los mercados serían homogéneos. Rompamos nuestras prenociones, es decir, los discursos y las frases hechas sobre lo humano. Los nuevos sociólogos, así como los buenos investigadores de mercado, se ayudan con la Lingüística y con la Poética para conocer mejor lo que acaece en sociedad. Oigamos lo que dice V. Kirpotin, en su `F. M. Dostoievski´, sobre la capacidad del clásico ruso para observar y conocer la psicología humana: «En el don que tenía Dostoievski para ver la psique ajena no había nada apriorístico. Sólo este don era de dimensiones excepcionales, se apoyaba en la introspección, en la observación sobre otra gente, en un aplicado estudio del hombre según las obras de la literatura rusa y universal, es decir, se apoyaba en una experiencia interna y externa y por lo tanto tenía una importancia objetiva». Borremos lo «apriorístico», el prejuicio, el supuesto, el dicho barato que afirma que «no hay nada nuevo bajo el sol». Para Dostoievski no había una forma de hablar oficial, y cada persona, poseedora de la suya, tenía voz propia. Pero dicha voz, por muy personal que sea, siempre cambia su tono, lo cambia de acuerdo a la circunstancia, al mundo. Y recordemos que no hay un mundo global, igual, plano y llano, y recordemos que sí hay diversidad de mundos. Cada situación es un «campamento», y cada «campamento» tiene su modo de comunicación. Procuremos partir el pastel con cuchillos más finos, delgados, pues de lo contrario las rebanadas seguirán siendo burdas, gruesas, toscas, y nadie sabrá cuáles son las verdaderas diferencias entre una sociedad y otra.
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