¿La publicidad ayuda a que no mueran las marcas o les da vida con la innovación? El padre del psicoanálisis, Freud, hablaba de dos energías en los seres vivos, la pulsión de vida que es lo que mantiene y preserva la vida a través del amor, y la pulsión de muerte, un coqueteo constante con la privación de la vida. Schopenhauer, coterráneo del anterior, decía que el amor y la muerte son antagonistas, pero se compensan, se neutralizan. Por ejemplo, el mexicano neutraliza el dolor de la muerte haciendo mofas de la misma con sus celebraciones y tradiciones. Sin embargo, surge una paradoja: mientras más fuerte sea el amor, más cerca se está de la muerte y viceversa, basta con ver el amor que Romeo y Julieta se profesaban. Lo mismo ocurre con las marcas. Mientras más motivos se presenten a los consumidores para enamorarlos, más cerca está su destrucción. Las masas son tan inestables en lo emocional como las féminas, por lo que se puede tener una idea de su reacción pero no una predicción acertada. Para evitar una reacción inesperada, es preciso contar con las tres herramientas que propone Platón junto con sus tres virtudes: intelecto, voluntad y emoción con sabiduría, valor y autocontrol. Y aun manejando las tres virtudes es necesario un cuarto elemento: hacernos conscientes de nuestro fin. Si las marcas tuvieran presente que su fin puede llegar en cualquier momento estarían más activas, pero creen que ignorando a la muerte nunca se aparecerá. Piensan que la muerte sólo ronda a la competencia y por andar distraídas no ven que caminan hacia su desaparición, como le ocurrió Kodak. Pero con todo eso, tampoco se promete la vida eterna. En algún momento las empresas envejecerán y su capacidad de reacción no podrá seguir los apresurados pasos de la tecnología y de las ideologías. Las masas se cansarán de lo mismo y la frescura de los nuevos productos serán los que acaben con los viejos corporativos. Foto cortesía de Fotolia.
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