Muchos espacios dedicados a la crítica social se están abriendo, lo cual significa que muchos modos de expresión nacerán, poco a poco, para engendrar nuevas ideas y conceptos. Últimamente todos los medios de comunicación hablan sobre la muerte de famosísimos líderes políticos, pero pocos hablan de lo que en verdad importa: de la ideología que no muere y que es representada por los muertos, que en símbolos se transmutan. Es de mal gusto hablar de un autor y no de su obra, o hablar de la moral de alguien y no de su estética, o hablar mal de un discurso y no elogiar, si merecido está, la lógica interna de la arenga. «Hermoso sois, sin duda, pensamiento», dice Lope, pero nuestro poeta de oro después de dicho lo antelado desprecia la utilidad del saber, del pensar. ¿Es costumbre española satirizar sin ciencia, sentir sin ver, conceptuar sin praxis, practicar sin guía, parafraseando a Kant? Es de buen gusto y de gente bien nacida ofrecerle capa al enemigo si desamparado es, quiero decir, es noble envolver en teoría el cuerpo de alguien o de algo antes de atacar. ¿El Quijote peleaba con hombres inferiores a su estirpe? No. Yo escucho comentarios sobre Venezuela, pero no escucho que los redactores comparen la ideología de Chávez con la ideología o filosofía implícita del `Das Kapital´. Onerosamente oigo que la masa cuelga en el aire palabras como «dictador» o «tirano», pero no oigo disquisiciones sobre las recomendaciones políticas que dieron gentes como Hannah Arendt, I. Berlin, Rousseau, Montesquieu, A. Sen o Rawls, pensador de Harvard. ¿De qué sirve que nuestro periódico repita lo que dice la «gran chusma de hidalguillos tolerados», como dicta una poesía de Villarroel? ¿Qué ética marca los ritmos y las ideas de los redactores de la prensa? Decía Baruch Spinoza, portugués racionalista, que la ignorancia, o sea, el mal, nace de la información defectuosa. ¿Hay textos libres de ideología? Louis Althusser ha demostrado en su `Lire le Capital´ que no hay espacios yermos o libres de posturas políticas, y su amigo E. Balibar ha escrito lo siguiente: «La historia de la filosofía, quizá no sea una historia de los sistemas, sino una historia de los conceptos organizados en problemáticas». Atengámonos a las consecuencias de la sentencia anterior. Hablar de un problema social sin hablar de las explicaciones que dan los sociólogos (de las problemáticas, que son las redes sobre las cuales yacen los problemas), que son iconoclastas o rompedores de máquinas (uso la terminología de Marx), es hablar o argumentar a favor de la ideología imperante, quiero decir, de la que no se ve porque harto cercana a nosotros está. ¿Es ético o cosa bella ignorar las causas y criticar los efectos? Me parece que no, pero lo sería si nuestra mala información viviera bajo la rúbrica de la novela. A Charles Dickens se le tolera la sensiblería porque escribía obras de arte, obras libres de toda responsabilidad social. Decía Borges que el buen historiador sabe que la gente jamás le echará la culpa a la tropa, pero sí al líder bélico que dirige a la tropa. Los motivos de Napoleón dejaron de ser válidos cuando lloró en Waterloo, afirman los deterministas y afirmaría Carlyle, que descreía de la política y que creía en los héroes. Los lectores de la prensa moderna son como la tropa, incapaces de aguantar culpas. Hoy los periodistas escriben para complacer, sí, para endulzar oídos, pero no para criticar. Muchos redactores eruditos me han dicho que gustan de la utilización de las letras inglesas para adobar sus textos políticos, pero yo digo que tal es acto irresponsable si a cabo se lleva fuera del terreno de la enciclopédica erudición. Dice Althusser que Lenin dedicó diez años de su vida al estudio minucioso de la obra Marx. ¿Cuántos años han dedicado los periodistas a cualquier cosa? Marx ilustró sus teorías y sus críticas capitalistas tomando el ejemplo inglés, y lo hizo porque Inglaterra era el modelo original de los problemas que la industrialización provoca, y sólo por eso, sólo porque ahí en Inglaterra las condiciones de las problemáticas sociales que a Marx le interesaban estaban a la vista. Pero, ¿es posible echar mano de la estética de Dickens para pulimentar nuestras críticas éticas y hasta lógicas? ¿Podemos combinar razonamientos matemáticos y morales para instaurar recomendaciones políticas, utópicas, quiero decir, estéticas? ¿No es lo anterior confundir lo que es analítico o natural con lo que es sintético o artificial? Tales `juegos del lenguaje´, según Wittgenstein, provocan problemas filosóficos, encontronazos cosmológicos, culturales, que cuando pierden sus razones terminan a garrotazos raciales, étnicos. Un crítico social responsable no describe la miseria que se vive en un determinado país apelando a la literatura francesa naturalista, pero si lo hace, pero si osa pintar su cuadro con la sangre con la que E. Zola entintó sus libros, explicará las diferencias históricas y políticas que hay entre Francia y su nación escrutada. Temo, es decir, siento incertidumbre y tristeza cuando leo la prensa, cuando veo que por doquier se emiten opiniones vacías. Jamás olvidemos preguntarnos: ¿a quién le conviene esta opinión? Cuentan que Bufon, para escribir y para recordar siempre su clase social, adornaba sus mangas con encajes. ¿De qué clase social vienen los redactores de la prensa? ¿Por suerte tienen «consciencia de clase» o «instinto de clase» socialista? «Cada calvario me da un tema/ y cada lágrima una gema/ y cada injuria una canción», ha escrito el poeta peruano Chocano, sí, y tal versificación no puede ser, como parece que lo es, el axioma que logre asenderear a los periodistas. Hacer del dolor un color, del insulto un cartel o de la pobreza una rareza es acto correcto para los novelistas, mas no para los periodistas. Creo que he dicho suficiente, creo que este breve artículo servirá para pensar más en las «mediaciones», en lo que hay entre un personaje y una ideología, entre una causa y un efecto, entre un discurso y una acción. Fotos cortesía de Fotolia.
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