Tenemos que hacer un eslogan, tenemos que redactar un mensaje o un «cierre», como decimos en las agencias, y no tenemos ganas de escribir. ¿Qué les parece escribir tomando un soneto? ¿Qué haríamos si tuviéramos que vender una lavadora?
«No te des por vencido, ni aun vencido»,
dice un endecasílabo de Almafuerte. Hagamos que nuestra tarea sea sencilla. Al leer un verso podemos hacerlo de tres formas. Podemos leer, primero, los acentos semánticos (¿en dónde cae el significado del verso?); después, sí, podemos leer la métrica (¿cuántas sílabas tiene el verso?); y por último podemos leer su cadencia (¿en dónde el verso me permite respirar, pausar, suspirar?). La palabra «vencido», vemos, aparece dos veces. Ahora razonemos: ¿qué queremos decir sobre nuestra lavadora? Que es precisa, minuciosamente precisa, furtiva contra la mugre. Hagamos un ejercicio, un eslogan que se apoye en la semántica del verso. Dice:
«No la des por lavada, ni aun lavada».
Aquí invitamos a la señora a pensar en la mugre oculta, a pensar en que la camisa de Xavi siempre podrá ser mejor lavada con la lavadora X. Ahora forjemos uno meditando en la métrica, sólo en la métrica del verso:
«Es tu mejor arma contra la mugre».
Tal eslogan es sencillo de pronunciar, y por su medida o cantidad silábica se inserta con gracia y facilidad en las pláticas diarias. Y ahora formemos uno cadente:
«Cuando vayas a alabar, lava con X».
Aquí echamos mano de la anáfora, que simula ser música, así como de un juego de palabras. Es deleitable el hiato «vayas-a-alabar». El eslogan es sonoro, pues hay sendas letras «a», que es vocal fuerte y nos obliga a abrir la «dulce boca», como dice Góngora. ¿Qué ganamos haciendo eslóganes con estructuras de versos? Varias cosas: facilidad de pronunciación, ritmo, memorización. ¿Cómo saber qué clase de imágenes, sonidos y figuras retóricas son mejores para nuestro target? Usando el OTL. Foto cortesía de Fotolia.
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