«Hoy fue un día duro, espeso, casi sólido. Presencié cinco presentaciones de agencia de publicidad, todas magníficas, todas profesionales, impecables. Tenemos (tengo, mejor dicho) tiempo para decidir, pero no un tiempo excesivo. Casi toda la responsabilidad recaerá en mí. Espero que los chicos de la agencia ganadora, sea la que sea, entiendan que de su trabajo dependerá mi trabajo. Tengo poco más de treinta años de edad, un hijo que hace sus primeros textos persuasivos sobre la pared, una linda esposa estadística (matemática), un buen departamento y un buen automóvil, aunque ya quisiera un mejor automóvil, pues tengo otro bebé que llevar: mi ego. Espero que los chicos de la agencia entiendan que la imagen que tengo en el corporativo es la del «creativo», la del «loco», la del «arriesgado». Yo tengo esa imagen y este puesto (gerente de marca) porque trabajé ocho años en agencias de publicidad. Sé qué es un diseño, sé qué es un `copy´, sé qué es un plan de medios, sé casi todo lo concerniente al mundo de la publicidad. Oh, sí, recuerdo por qué me hice el tatuaje de mi brazo izquierdo: me lo hice porque una recepcionista me enamoró de ella y de Charlie Parker. Sí, recuerdo mis perforaciones, la música que oía, los libros de poesía que leía, las muchas pulseras que usaba. Todo se fue, pero vino un mundo más estable, uno no más rico, pero sí más estable. Todas las agencias me parecieron buenas y sé que pusieron su corazón en cada hora de trabajo. Dar el «sí» será bello para unos, pero también será desastroso el «no» para muchos otros. Me gustó la estrategia de dos agencias, la creatividad de dos más, pero hubo una que no era tan estratégica ni tan creativa, pero algo tenía. Ellos no entendían, como las otras cuatro agencias, tanto de `insights´ o de antropología, pero, pero no sé, creo que comprendían mejor lo humano. Sus textos, ¿qué tenían sus textos? Sí, estaban mal redactados, eran algo estúpidos, pero, pero esos textos eran reales, eran la extensión del habla de la calle. Sus diseños, sus piezas, delataban inocencia, estaban demasiado bien hechas, demasiado pulidas, tratadas, aunque portaban esos textos estúpidos imposibles de refutar. Cuando me estaban presentando su campaña no quitaban sus ojos de no sé qué lugar que está más allá de lo visible. La creativa, recién egresada de la misma universidad de la que yo estudié (noté su técnica de ventas), flotaba cuando explicaba sus ideas. El `planner´ irradiaba mercadotecnia, comía mercadotecnia, se notaba. ¿Podrán con la carga estos novatos? ¿Arriesgaré el futuro profesional que un gran corporativo me ofrece? ¿Luché tantos años para poner mi reputación en un grupo de desconocidos? Los dueños, en Chicago, se preguntarán de quién fue la idea de contratar a tal agencia para llevar la imagen en Latinoamérica, y todos voltearán a verme a mí, y yo, por supuesto, no le echaré la culpa a nadie, porque soy un profesional. ¿Tendrán buen oído estos chicos? ¿Sabrán escucharme? No sé bien de dónde son sus redactores, ni sus creativos, ni sus diseñadores, sé casi nada. Las credenciales que me mostraron sonaban bien, pero todas las credenciales suenan bien. ¿Y si un día necesito textos urgentes y los redactores están crudos? Dormiré, que mañana todo será más claro. No, tengo que escoger ahora, ahora, como siempre lo he hecho, usando mi experiencia, mi conocimiento y mi intuición publicitaria. Ellos, ellos son. ¡Decidido! Ahora espero que no fallen». Jamás olvidemos que tales pensamientos son los que pasan por la cabeza de las personas que nos contratan, Comunidad Roastbrief. Foto cortesía de Fotolia.
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