Fabrico esta avara nota con el afán de enseñar o mostrar cuáles son los modos a la mano que podemos esgrimir para crear contenidos más diversos y encantadores. Las bellas letras, le pese a quien le pese, son el sostén de toda forma lírica, épica o dramática de expresión escrita. Pasan las hojas, los párrafos y los minutos y no encontramos qué leer, no encontramos prosas que nos hagan olvidar que estamos leyendo. Visitamos artículos que anhelan no decir nada, y todo para ser objetivos y neutrales. Hemos abominado del barroco, pero no hemos aprendido a escribir bajo los rigores del clasicismo. Odiamos las palabras complicadas (desdeñamos los arcaísmos eruditos como «ardite», «aqueste», «destas», «dellas»), pero las que sencillas son no nos alcanzan para decir lo que queremos decir. Despreciamos un romántico tono, pero no entendemos cómo escribían los estoicos y la sensiblería de Hollywood nos saca lágrimas «sin duelo», como dice un lacrimoso poema de Garcilaso. La misión más importante de la palabra, ha sentenciado para siempre el mexicano Octavio Paz, es el elogio del ser. He dicho, sí, elogio, no descripción, no narración, no discriminación. Todos los textos que fatigo en la prensa son áridos, «informativos», pobremente elogiosos. Quien no tiene talento para leer deberá conformarse y formarse con los periódicos, creo que dijo Stevenson. ¿Y yo para qué quiero que alguien me diga lo que yo puedo pensar o ver? ¿Y yo para qué quiero cansarme los ojos con textos copiados infinitas veces? La filosofía, quiero decir, el pensamiento nuevo y ordenado implica «desarrollo de la lengua», como ha dicho Miguel de Unamuno. A nuevas formas de sentir hay que darles nuevas formas de expresarse. ¿No nació la `action painting´ de los nuevos sentires de las nuevas ciudades, ciudades que exigían nuevos hombres, nuevos ojos, ojeras, ojerizas y orejas? ¿Por qué no cambiar los encabezados estériles y hasta bilingües por sintéticas inspiraciones? El encabezado «Cínicos matan enemigos» me parece inferior al encabezado que viene: «Enguantados en sangre», que es del maestro Lugones. El uso maestro de la alegoría y de la connotación que hay en la palabra «enguantados» funciona, funciona muy bien, pues un par de guantes, semánticamente, está ligado a lujosas y cínicas imágenes. En el encabezado primero hay tres palabras, como en el segundo. Sin embargo, sí, el primero es temporal, hilvana lógicamente, no estética o éticamente. En el encabezado número uno tales sujetos hacen, matan o verbalizan con el cuerpo sus intenciones, mientras que en el segundo no hay tiempo, no hay narración, hay una pura y nítida imagen, una sin rostros (la palabra cínico podría representarse en el cine con una «sonrisa que domina paisajes aniquilados», como dice una prosa de Ciorán), un arquetipo, para ponernos platónicos. Los encabezados deben sonar a leyenda. Todo lo supradicho es utilísimo en los momentos de creación imaginativa, pero ahora debemos pensar en lo que hay que hacer al redactar sonidos o para la radio, por ejemplo. Si queremos vender alquimias mentales, o eso a lo que ahora solemos con insolencia llamar «psicoanálisis», podemos decir: «Cúrese conociendo su inconsciente». O también podríamos usar una letra de Gardel y decir «En caravana los recuerdos pasan», y luego transformarla y asentir: «Sea feliz en la caravana de sus recuerdos». En el ejemplo referente a dormidas curaciones hay una instrucción y una descripción, y en el carnavalesco hay báquicas imágenes, máscaras, sexo, infancia, de todo. Otro miedo perenne en la nueva forma de redactar, llamado «mal gusto», se produce por el odio que le hemos tomado a las rimas. Se dice que las rimas o que las cacofonías son chirriantes o de mal gusto. ¿Por qué tan funesta creencia? Por la lectura necia de almanaques y revistas, y porque buscamos por doquier aires de intelectualidad, de profundidad. Temo que ahora parecemos profundos a fuer de oscuridad y no oscuros por ser verídicamente profundos. Si algo supiéramos de nuestros instintos recordaríamos que las coincidencias o «afinidades electivas» provocan que el lector sienta el alma de la veracidad. Borges rimó `Scholem´ con `Golem´, y al hacerlo no rimó sonidos, rimó historias, rimó sangres, rimó la erudición de un judío de carne y hueso con la tradición de barro de la mitología judía. ¿Qué pasa cuando sabemos juntar en nuestros textos huesuda retórica, sanguíneo barroco y maleable barro estilístico? Combinamos aspectos bellos, buenos y científicos, haciendo que nuestro texto no sea una ristra de idiotismos o de obvias razones. También le tememos mucho al léxico ingente. Como mucha gente desconoce muchas palabras creemos que usar palabras callejeras hará que nuestro texto sea comprensible, pero no es así. Os lo digo claro, no nos confundamos, que una cosa es escribir claramente con palabras misteriosas y otra escribir sinrazones con palabras burdas. Supongamos, míseramente, que la gente ignora las intenciones de la palabra «muladar», y transcribamos una expresión de Cervantes, una que dice: «Letras sin virtud son perlas en el muladar». Bien podríamos cambiar la palabra «muladar» por cualquier otra, que no pasará nada, pues el significado o el acento de la expresión está en el inicio de la misma. Letras sin virtud son diamantes en malas manos, dagas en peón, flores para cerdos, coces en el aguijón. Si leemos a Gerchunoff, por ejemplo, arrostraremos un gran vocabulario, uno complejo. Pero, ¿que no sepamos el origen y substancia de las piedras de nuestro collar impide que comprendamos su belleza? La poesía es, como decían los árabes, un proceso en el cual se ensartan perlas o palabras en el bello hilo de la elocuencia. Lo grande del castellano, insistía mi maestro Unamuno, está en el «tono» y en el «acento», y no en la trabazón típica del idioma de Hitchens.
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