Lección de redacción publicitaria en la UMAD. -Ayer se habló en donde debe hablarse más, en el aula, de redacciones. He usado el plural porque plurales y varias son las técnicas que existen para fraguar textos políticos o ideológicos, o sea, pagados. La universidad retumbó con citas de sofistas que hablaban de improvisación, del cincel público u opinión pública, de poesía y de erística, materiales de los que se hacían oradores elegantes. El arte oratorio es también el arte del pensamiento, y César, citado por Macaulay, orándole a los dioses permitió que ciertos enemigos suyos quedaran en libertad y frente a la posibilidad de retomar las armas. César fue liberal porque decía, cuentan, que lo más amado para él en el mundo era ver cómo los demás eran lo que eran y cómo él podía ser lo que era, pensamiento que nos recuerda al bardo Píndaro, que como Cervantes aconsejaba que llegáramos a ser quienes somos. No quiero que esta página sea inacabable, y pasaré de los ejemplos a los hechos de la mente, a la teoría. Cada noticia narrada o descrita exige una técnica especial. La poesía fue anterior a la prosa por razones respiratorias que nadie ignora. Pero la prosa, por fuerzas naturales, tiende a regresar a sus orígenes, hacia el ritmo. Describir a secas cómo los reyes nos dictan escribir versos y cómo tan elevadas exigencias nos tañen y nos hacen plañir el alma jamás equivaldrá a los versos de Lope, que a continuación transcribo: «Un soneto me manda hacer Violante,/ que en mi vida me he visto en tal aprieto». ¿Qué descabellado o falto de ideas pretende que las pasiones pueden escribirse con «cara de palo», como dijo un segundón escritorzuelo? Barbaridades de tal cepa sólo pueden ser paridas por gentes sin el gusto de Quevedo, por follones que ven en las letras un mero sistema de guarismos trasmutados en letras. No podemos escribir fácilmente con prudencia en prosa porque la prosa carece de límites, de metro. Las cuenteras sílabas de la poesía gauchesca sirven para adaptarse a la guitarra, que contexto siempre es de un texto pretextado con emociones. Ningún verso es libre, pensaba el poeta Eliot, para el hombre que quiere hacer un buen trabajo. El escritor de clerecía, el oficial, el que redacta para políticos y demás apoderados, no puede caer en el tono juglar, pero sí puede poseer un estilo propio. Voltaire, para desfacer un entuerto famoso, tuvo que usar prosas de fuego, sí, pero sin caerse del estilo jurídico. Christopher Hitchens, para acabar con los mitos de la religión, no apiló prosas de porcarizo, sino las humanísimas sentencias de Paine. Que confusión no causen las pasiones con la técnica. Es necesario tener un «oído de músico callejero», según la bella frase que Gerchunoff le colgó a la prosa de Cervantes, para escribir bien. ¿Qué interpretación podemos darle a la expresión del asiduo lector de la Biblia y del `Quijote´, del señor Gerchunoff? Escribimos de oídas (leer, muy en contra de un Tablada o de un Apollinaire, es más oír que ver), y lo oído debe pasar a la boca, y lo hablado debe pasar a las manos. Goethe ha enseñado que la realidad debe avecindarse con las palabras y las palabras con la verdad. Quien piensa y luego escribe, o mejor dicho todavía, quien pretende traducir con la pluma las imágenes, símbolos y palabras que en su entendimiento observa jamás logra el flujo, la corriente necesaria para crear párrafos que no sean meros fárragos de conceptos. ¿Por suerte es posible pintar cipreses y lunas con la tinta del tintero o describir las virguerías sentimentales de Lady Macbeth con los aéreos soles de Pollock? Dubitativo me quedo. Insigne o insignificante elucubración me obliga a visitar una página de Borges que contiene una encuesta, una que exige respuestas para preguntas clásicas en la república democrática de las letras. ¿Existen, como dijo Wilde, libros bien o mal escritos y no libros inmorales o morales? Borges certifica que lo único que hay son lecturas inmorales. Quien lee inmoralmente también escribe así, pues escribir es acostar lo que hemos visto verticalmente («Lluvia, hoy no te siento./ Hoy no eres nada/ más que agua vertical», demuestran unos versos de mi querida Matilde Alba Swann). Alonso Quijano se hizo caballero andante a fuerza de leer libros de caballerías, Jean Paul Sartre se hizo filósofo a fuerza de leer el teatro del mundo, Shakespeare se hizo el mayor de los psicólogos a fuerza de fatigar las letras de Montaigne, Plutarco y Holinshed, y un escritor versátil se hace versátil no a fuerza de leer muchos libros, pero sí leyendo grandes libros de muchos modos. De Quincey, en sus `Writings´, pergeñó unas líneas que Borges copió para inaugurar su biografía sobre el múltiple entrerriano Evaristo Carriego, y tan oblicuas líneas nos enseñan los vicios de la mala lectura. Dice: «A mode of truth, not of truth coherent and central, but angular and splintered». Un mal lector lee en la expresión mentada un «relativismo», una impostura. El buen lector se queda, sobre todo, con la palabra `truth´, y luego deriva de ella sus interpretaciones, mientras que el mal lector atiende a las palabras `angular and splintered´ para justificar su docta ignorancia. Podemos leer a Sade con lujuria y embriaguez, o podemos escrutarlo como lo hacía Foucault, es decir, buscando técnicas narrativas que enriquezcan el siempre enfermo mundo de la clínica. Podemos leer el `Quijote´ para darnos valor y bravucones ser, o podemos leerlo como lo hizo Freud, en busca de señalas sintácticas detonantes de locura. Escribo, leo, machaco. Podemos leer a Kafka como gentiles (como Spinoza) y ver en sus postergadas narraciones un «complejo de cultura» judío, o podemos abordar sus libros con hambre política y vislumbrar en ellos el tejido de la alta política imaginado por I. Berlin. Es posible fatigar la infatigable Biblia y sólo leer en ella quejas y locuras de iniciados, pero también es posible encontrar en sus letras la sabiduría y el arte de la paradoja, como Chesterton, Bloom y Gerchunoff. El gramático lee en Quevedo «hiatos», el ignorante politizados tratados teológicos, y Pablo Neruda la antesala de Alfonso Reyes. El mal lector encuentra en Shaw un simple sátiro de la condición humana, pero el buen lector ve en él la salvación de Europa, del buen inglés, es decir, de Shakespeare. Las señoras de la burguesía veían en Rubén Darío un monstruo alucinado y blasfematorio, pero los letrados ven en él un `Quijote´ latinoamericano saturado de alcohol y harto capaz de alucinar cenas con reyes y princesas. Inacabables son los ejemplos que a la frente me vienen, pero no quiero cansar al lector, al mal lector. Fotografía cortesía de Fotolia
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