Hemingway dijo que aprendió a escribir de la mano de los pintores. El sueño maestro de los escritores es poder pintar con el lápiz, así como el pictórico sueño de los trazadores de imágenes es lograr la elocuencia con el pincel. Según la reiterada frase de Simónides de Ceos, frase que los pueblos no se fatigan de obviar, una pintura poema mudo es, y un poema es una pintura hablantina. Sigamos el axioma pronunciado y preguntémonos: ¿cómo pintar cuadros con nuestra pluma? Spinoza ha confesado en su `Ética´ que deseaba hacer de los sentimientos humanos líneas, formas, superficies, una geometría. Chagall, en su pintura motejada bajo el nombre `El Yo y la Aldea´, de 1911, logra los afanes del trágico portugués, que tenía en poco la música, que es pintura salpicada al aire, que es rima sin métrica. Chagall al cubismo recurrió, es decir, a las verdades eternas (la verdad del triángulo es eterna), a la `philosophia perennis´ o filosofía perenne. Extraigamos de la «luenga y discreta experiencia» de Chagall algunas técnicas literarias. Todo texto, para ser bello, debe hacer que el lector sienta que algo se mueve, o que hay, como dijo el maestro Old Ez, una inteligencia oculta detrás de cada línea. Que el párrafo sea un fárrago de esencias, parodiando al sentencioso Baltasar Gracián. ¿Cómo así? ¿Cómo vivificar un texto, que siempre es muerte o epitafio de los sentires de un autor? Chagall hace que un hombre sea observado por cosas ingentes, por dioses tal vez, por héroes tal vez, por mitologías tal, tal vez. El hombre jamás ha estado solo e instintivo en él es sentir que alguien le observa. «Bajo la luna gitana las cosas la están mirando, y ella no puede mirarlas», dice Lorca, y digo yo que no podemos mirar, pero sí sentir. Veamos cómo Borges, semidiós de la fantasía, pues la diosa de la fantasía es la horrenda realidad, pintaba con sus párrafos. En un prólogo que el argentino escribió para preludiar un libro del conversado Gerchunoff, leemos: «La sabiduría, nos dicen, está en el `Quijote´ y en la Biblia. Esos libros acompañaron a nuestro amigo en sus andanzas por la tierra, en los trenes de la morosa llanura o en la cubierta del vapor, ante la alegría del mar». ¿Cómo logra Borges provocar un sentimiento de divinidad o de vivacidad divina o metafísico? Usando la expresión «sabiduría» y reduciendo a Gerchunoff a mera leyenda, a un «nos dicen». Un «cuentan», un «dicen», un «se sabe», son términos todos que suenan a leyenda, a historia, a cuento fantástico. ¿Qué más tiene que mostrarnos la experiencia de Chagall? Nos enseña a transmutar los colores, a disociar, a romper, en fin, con la lógica, con la retórica visual, con la automatización de la percepción. Un rostro verde vemos en la pintura, el rostro verde de la tierra, la hierba debajo del rostro, (recuerdo un verso de Dante Gabriel Rossetti: «I Know the grass beyond the door»), posiblemente. Un hombre camina sobre un suelo rosao, una mujer ordeña blanco color, color facsimilar al de ella, y sendas y fondeadas casas yacen de cabeza. Tales coloridas y geométricas rupturas, en el mundo de las letras equivalen a la transmutación de la sintaxis. ¿Qué hizo Borges para hacernos sentir que el orden establecido, llamado `ancien régime´, puede cambiar? Fácil: echó mano del nominalismo, y puso dos palabras casi antinómicas muy cerquita, casi besándose. ¿Antinómicas hemos dicho? Sí, porque la Biblia hoy es escolástica y lógica, porque el `Quijote´ es lo contrario todo. ¿Qué más? Según un poeta portugués, llamado Antero de Quental, la vida es comedia para quien piensa y tragedia para quien siente. Todo texto debe hacer reír, o hacer llorar, o al menos hacer esperar, según Dickens.
¿Qué hay de trágico en la pintura de Chagall? El hombre de negro con el empalado filo en el hombro, la mujer invertida que algo suplica, esto es, el ordenado caos que no alcanzamos a comprender porque nuestra percepción es pobrísima y caprichosa. Borges, en sabiéndolo, sí, «en», porque saber es actuar en una teoría o escenario, no ser teoría, escribió «andanzas», palabra que comunica la idea del desorden y de la aventura, palabra contraria a «viaje» o «itinerario» o «ruta» o «vía» o «rumbo» o «derrotero». Todo texto debe forjar paisajes, «fondos poéticos», árboles como el de la pintura de Chagall, cosas o casas ilógicas. New York es poético porque es creador perenne de paisajes, según la crítica de M. Berman, según la poesía de Ginsberg y según la filosofía de Moses. Borges, avezado, habla de una «morosa llanura» y de la «alegría del mar». El mar ha sido cualificado con el adjetivo «vinoso» por los griegos, con el de «sublime» por Kant, con el de «bello» por Van Gogh, pero casi nunca, creo, con el de»alegre». ¿Para qué Borges dijo «alegre»? Para no desmerecer la tenebrosidad, profundidad y espesura de la Biblia y del `Quijote´, obras que poco son junto al mar. Borges escribía con pinturas, Chagall pintaba con geometrías. El gran artista expande su mundo expandiendo su lenguaje, y expandiéndolo improvisa, siendo actividad ésta promovida por los viejos sofistas, artífices de la persuasión, quiero decir, de la pintura parabólica. `Art happens´, dijo Whistler. Foto cortesía de Fotolia.
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