Hacia 1588 Nicholas Hilliard pintó su `Joven apoyado en un árbol entre rosas´ (vitela a la acuarela), pintura que delata un estilo decorativo y simpático, un estilo acorde con las costumbres de las cortes francesas que el pintor frecuentaba. Contemplar pinturas como la mencionada, es decir, obras que más que la seriedad pretenden producir en el espectador sentimientos pequeños, manejables, o mejor dicho, comprensibles, nos ayuda a desarrollar la imaginación. ¿Por qué cuesta tanto trabajo controlar la imaginación y evitar que se largue hasta los rumbos de la fantasía y de la quimera? Es muy sencillo: la imaginación está estrechamente conectada con la memoria, la cual es una concatenación de objetos reales, objetos que al ser percibidos son afectados por las afecciones. Es decir, que pasamos de una imagen a otra sin darnos cuenta de que no están relacionadas semánticamente, pero sí emotivamente. Una señora verá en una ventana un sitio para la contemplación de la naturaleza, un soldado un lugar para disparar, un niño el ojo de un gigante y un albañil un buen lugar para posarse y hacer arreglos caseros. Antes de contemplar las grandes pinturas de Rafael, por ejemplo, que son pinturas que han retratado la enormidad (`facies totius universi´), debemos aprender a contemplar pinturas más modestas. El `Joven apoyado en un árbol entre rosas´ nos transmite una idea muy clara (recordemos que la idea está unida al alma como el alma está unida al cuerpo, según el filósofo Spinoza): en el mundo cualquier sitio es bueno para descansar, para tomar aliento, para reflexionar. José Ortega y Gasset ha dejado escrito que dentro de un bosque jamás podemos encontrar un centro, pues la raigambre de árboles impide toda ubicación. ¿Qué estará diciendo nuestro `Joven´ ahí apoyado? «Mas, qué vale el tener, si derritiendo me estoy en llanto eterno. Salid sin duelo, lágrimas, corriendo». Poner en la boca del `Joven´ unos versos de Garcilaso nos enseña lo siguiente: la música y la poesía son artes individuales, íntimas, mientras que la pintura y la escultura son artes sociales. ¿Cualquiera puede ver un cuadro o una piedra hecha cuerpo y tener opiniones? Sí, aunque no sean opiniones muy eruditas. ¿Cualquiera puede dar una opinión sobre un soneto de Góngora? No. Una escultura griega está hecha de partes humanas que todos conocemos, mientras que una poesía de Góngora exige saberes mitológicos, históricos y demás. La poesía exige concentración espiritual, es decir, «voluntad de poder» interpretativo. La poesía nos exige, mientras que la pintura nos regala. A la poesía se va, mientras que la pintura viene a nosotros. El vehículo primigenio de la pintura es el color, mientras que el de un soneto es la voz. ¿Hay un rojo oficial? Tal vez no haya un rojo oficial para todos, pero sí un rojo conocido por todos. ¿Hay una voz oficial para pronunciar el soneto de Garcilaso? No. Pero volvamos a la pintura. ¿Por qué un joven está lleno de cuitas? ¿Será el `Joven´ de Hilliard un joven sufridor como el Werther de Goethe? ¿Será que sufrió un desdén femenino? ¿Acaso padece por la pérdida de riquezas? Vemos cómo la pintura nos hace imaginar, que es una capacidad hoy casi perdida, pues los medios de comunicación nos lo dan todo trabajado en exceso. Explico algunas cosas. ¿Cuál es la diferencia entre el reflejo de un espejo y el del agua tranquila? El espejo nos hace aparecer «terminados», concluidos, mientras que el agua nos regala siluetas, algo por hacer. ¿Qué nos da una imagen televisiva? Algo hecho. ¿Qué nos da una pintura? Algo por hacerse. Ver al `Joven´ sobre el árbol nos hace pensar lo siguiente: ¿es el hombre el fruto de la naturaleza? Y dicha pregunta nos recuerda una idea de Valéry: el árbol tiembla ante el peso de sus frutos. ¿O los mantiene o se quiebra? Si los deja caer se queda pobre, pero si los mantiene se parte. ¿El `Joven´ estará pensando algo así? ¿No será que el joven quiere soltar viejas preocupaciones para seguir viviendo estoicamente? Tal vez nuestro `Joven´ crea que las pertenencias «artificiales» tienen la misma inutilidad que las pertenencias de la naturaleza. ¿Para qué el armiño? ¿Para qué la púrpura? ¿Para qué el oro? ¿Para qué las rosas? El `Joven´ podría llegar a citar los versos de Silesius: «La rosa es sin por qué, florece porque florece». Veamos: ¿florezco porque florezco y nazco porque puedo nacer? ¿Hago algo porque sé que puedo, por el simple placer de experimentar la potencia? El arte nos enseña movilidad y a saber que lo concluido está muerto. Pero creo que Bachelard lo explica mejor: «En el reino de la estética, esta visualización del trabajo concluido conduce naturalmente a la supremacía de la imaginación formal. Por el contrario, la mano trabajadora e imperiosa aprende la dinamogenia esencial de lo real al trabajar una materia que a la vez resiste y cede como una carne amante y rebelde. Acumula todas las ambivalencias». ¿Cuándo sentimos con mayor fuerza la presencia de la materia? Cuando nos quedamos «idos», «contemplativos». ¿Qué sería del hombre contemplativo sin materia que le sostenga? ¿Qué sería de nuestro `Joven´ meditador sin el árbol que le sustenta? La arquitectura griega, la cual imitaba a la naturaleza, era construida para servir y para ser disfrutada, para funcionar y para deleitar. Uno puede hacer con el árbol lo que sea, desde una embarcación hasta un montón de leños, desde una ubicación hasta una catedral. Concluyamos. Exponernos al arte constantemente nos enseña a «componer», a saber que un color puede denotar movimiento, que un movimiento puede disolver la sombra que produce el sol y, en fin, nos enseña que el `Joven´ que medita bajo la sombra (¿de su tristeza?) puede estar pensando los versos de Swinburne: «The thunder of the trumpets of the night». El arte es la dialéctica de los datos de los sentidos.
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