Las necesidades son lo primero que nos enseñan a detectar en mercadotecnia. Para comprender la clasificación, Abraham Maslow es el principal autor en asomarse detrás de su pirámide y mostrarnos las jerarquías de los menesteres. Sin embargo, ser el primero no significa que tenga la verdad absoluta ni tampoco que ignoremos su trabajo. Al ser la pirámide de las necesidades una teoría, en ocasiones ésta no se cumple al pie de la letra. Paul Gaugin, pintor amigo de Van Gogh, es un buen ejemplo de que la auto realización puede alcanzarse cubriendo parcialmente las otras necesidades: Gaugin nació en una familia acomodada, se casó y tuvo un hijo; hasta ese momento satisfacía sus necesidades fisiológicas, de seguridad, las relacionales y de reconocimiento. Un buen día decidió ser pintor, abandonó a su familia y se fue a vivir sólo. Contrajo una enfermedad venérea y vivió el resto de su vida en la miseria. Apenas cubriendo sus necesidades fisiológicas, con mala salud, sin dinero ni trabajo, pocas pertenencias y una amistad inestable con Van Gogh, logró la auto realización. Ahora, veamos las bondades del trabajo de Maslow al aplicarse en la sociedad, no en los individuos. Al principio de los tiempos el hombre invertía la mayor parte de su tiempo en satisfacer las necesidades fisiológicas: cazaba y recolectaba frutos. Una vez que se asentaron, aprendieron a producir sus alimentos y pusieron atención a la seguridad física, es decir, a la salud, a los recursos y a la propiedad privada, y por ende, las necesidades de pertenencia y de reconocimiento también eran satisfechas. Este ciclo ocurre en cada etapa histórica, en cada guerra, en cada crisis y en cada clase social. ¿Cómo es esto? La mayoría somos de clase media; seguramente nuestros abuelos o bisabuelos fueron pobres y a ellos les tocó poner las bases de la pirámide, mientras que a la siguiente generación acumuló capital y cubre nuestras necesidades materiales. Por ello a nosotros ya no nos toca emprender. Nosotros buscamos amigos, pareja, familia –basta comprobarlo en redes sociales– que nos den reconocimiento, confianza, valores, compañía. A las nuevas generaciones eso poco les importará y querrán dedicar su tiempo a cultivar su intelecto, a actividades más “elevadas”. Por esta razón, en las ciudades ya no se capta la atención hablando de cómo hacer un capital, poner un negocio o de obtener un patrimonio económico. Esto sólo atrae a las clases sociales que no lo tienen, a personas de provincia. Es posible que en las ciudades se atraiga al público objetivo prometiendo la auto realización, decirles en qué invertirán su tiempo y los recursos obtenidos por las generaciones pasadas, ofreciendo lo que dice Borges:
“Ver en el día o en el año un símbolo de los días del hombre y de sus años, convertir el ultraje de los años en una música, un rumor y un símbolo…”
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