Toda obra de arte es, antes que cualquier cosa, un diseño, un acomodo específico de colores, texturas, luces o sombras. El origen de la luz, por ejemplo, determina el medio ambiente. No es lo mismo dejarnos iluminar por el sol que por un foco, y no es lo mismo la luz de la tarde que la luz de la mañana. El artista, que en este caso es un diseñador, impulsivamente determina qué sentimientos quiere transmitir a través de sus colores, que siempre estarán dispuestos a los caprichos de la luz. Pensemos en una pintura de F. Léger llamada `Dos mujeres arrojando flores´, de 1954. Léger le arranca a la realidad su coherencia física, es decir, le arranca los colores a las cosas. Normalmente los jardines son verdes, los cielos son azules y el sol resplandece amarillos, y como estamos acostumbrados a tales bodas dejamos de ver las formas de las plantas, de las nubes y de los astros. ¿Por qué pasa lo anterior? Porque vivimos en una filosofía de la opacidad, lo cual quiere decir que sólo vemos cuerpos opacos durante el día (borrascas verdes, amarillas y azules). ¿Qué pasa si el cielo es verde, los jardines amarillos y el sol es azul? Se crean nuevos sentimientos. Baudelaire ha dicho en sus `Fleurs du Mal´: «Los húmedos soles». ¿Baudelaire veía soles azules? Tal vez. Léger, conocedor de los colores, es decir, de los sentimientos de la luz, como diría Goethe, pensó: ¿es posible que nuestras creencias estén erradas y que nuestros sentimientos, que creíamos sinuosos, sean simétricos, y que nuestras formas corporales, que creíamos simétricas, sean amorfas? En fin: ¿cómo puedo hacer que el observador de mi obra sienta que las emociones son cuadradas y costumbristas y que nuestras siluetas son imágenes muertas? Léger jugó con la «composición», y descompuso o escindió lo que siempre había estado compuesto o junto. Parece que Léger quiso decirnos que el cuerpo humano sólo alcanza el color de la emoción mediante el movimiento. ¿Cómo? Haciendo que una de las mujeres se estuviera levantando o luchando contra la fuerza de gravedad. Unas flores están en el naranja, y dichas flores nos recuerdan unos versos de Calderón que hablan de las flores: «a la tarde serán lástima vana». El naranja, aquí, tal vez represente el atardecer, el origen de la luz en la pintura, el vórtice oculto de la obra. No es casualidad que el bloque naranja sea el más grande de todos. ¿Qué más vemos en el diseño de la pintura? Vemos que las formas geométricas que conforman a las mujeres son burdas, sin gracia, sin donosura, sin par, sin vida. Las naturalezas muertas, todos lo saben, no tienen composición. ¿Quería Léger hacernos sentir que el ser humano sólo se hace humano a través de sus creaciones y sus apreciaciones? O dicho de forma menos ingenua: ¿quería Léger recordamos que jamás podremos olvidar nuestros recuerdos primitivos, recuerdos pastosos hechos de la conjunción del agua con la tierra? La repetición geométrica aburre, así como la vaciedad humana también aburre. La pintura de Léger tiene encanto porque ha separado, como dijimos al inicio, los colores de los sentimientos, la substancia del cuerpo. La pintura de Léger es una ambivalencia sin ensoñación, o mejor dicho, una imposibilidad convincente.
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