Nota: Querido lector, siempre fui un coleccionista de miedos. Los colecciono para saber de ellos, para conocerlos, para vivir en ese mundo de incertidumbres que me permite descubrir nuevos caminos. Enfrentar los miedos me ayuda a alimentarme de los demás, de sus creencias y sueños, me ayuda a aceptar al otro. Siempre me dijeron que uno le teme a lo que no conoce, y fue en ese momento que fui en búsqueda de todos mis miedos, de los míos y de los demás. Fue cuando sin querer me hice publicista. Quiero contarle una anécdota que quizás nos lleve a entender que al único miedo que hay que temerle es a no «cambiar». Austria, 2012. Cada vez que llego a un país que no conozco hago tres cosas: perderme, comprar un libro y subirme en el transporte público. Fue en una de esas aventuras, por las calles de Viena junto a mi esposa, que, sin querer, terminé conociendo el secreto de dos ancianos británicos, y con ello, una fórmula para vivir y gozar la publicidad… Hacía un día precioso. El tranvía iba relativamente vacío, y el sol penetraba las ventanas del vagón dejando ver el brillo de los mangos en los asientos. Sentados frente a nosotros, un anciano de ojos grises y cabello cano, aferraba su mano arrugada a una dama de mirada tierna y piel tan blanca como transparente. Ella lo miraba nerviosa, y dijo en un susurro: «im afraid», el abuelo la miró, y con aquel gesto empezó la mejor cátedra sobre el miedo que he oído. Aquí la traducción, no exacta, pero muy aproximada de lo que fue una oda a la curiosidad. «No tengas miedo mujer, hemos huido de todos para equivocarnos.» Ella sonrió, mientras el abuelo sacaba una hoja un poco gastada de su bolsillo, y se la mostraba por algunos segundos. «Es nuestro código, ¿lo recuerdas? Hicimos una familia que también aprendiera a perder el sentido común. Le enseñamos a nuestros hijos a romper las reglas sin dañar a nadie, y promulgamos en nuestros nietos la búsqueda de problemas, incentivándolos a encontrar muchas soluciones. No tengas miedo mujer, nunca nos importó el qué dirán.» Los ancianos nos miraron y sonrieron, sabían que habíamos escuchado toda su conversación. «no estamos locos» dijo el abuelo, «queremos vivir» dijo la abuela. No, no supimos nunca sus nombres, pero al bajar, el abuelo, me estiró el papel antiguo que minutos antes había visto, lo cogí y me dijo: «ya nos lo sabemos de memoria». El papel tenía un titulo que rezaba en ingles: The Einstein code…
… Equivócate, es una parada feliz. Olvida tu sentido común. Rompe las reglas. Busca problemas por resolver. No tengas verdades absolutas. Ten fe. Piensa mucho y ten horas extras para ello. Ama la crisis. Se flexible. Negocia con tus propias ideas. Juega. No importa el qué dirán. Saca tu corazón de novato. Se preguntón. No le temas a hacer algo nuevo.
Hoy, contándoles esta anécdota, pienso en el miedo de muchos publicistas a cambiar, y quise compartir este código para que despierten y así entiendan que la publicidad es sinónimo de estilo de vida. Que no se trata de ganar premios, sino de merecerlos. Que se trata de entender que somos artesanos de nuestro día a día, en donde E=mc2, significa empatía es igual a mucha curiosidad al cuadrado, y que eso lo encontramos viviendo, no solo transcribiendo briefs. Querido lector, no debemos temerle a reinventar a la publicidad o cambiarle de nombre, porque la publicidad es lo que somos. La publicidad no puede ser una estatua, debe moverse, debe seguir caminado. Entendamos que la publicidad son ideas, ideas que no le tienen miedo a la curiosidad. Y es que, si queremos algo nuevo, debemos darnos cuenta que la ignorancia siempre nos da otra oportunidad para comenzar. ¿Qué espera para perseguir sus miedos? Post dedicado al Caballero y a la Dama de la Curiosidad: Daniel Dulanto y Liliana Alvarado.
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