Vivimos en tiempos de contaminación total. Hemos contaminado el agua, el aire, el suelo, el sonido y los paisajes. Contaminamos incluso los grandes relatos a tal grado que pensadores de la talla de Lyotard consideran que éstos han llegado a su fin1. Ya bastante se habla sobre la responsabilidad cívica que tenemos los habitantes de este planeta en cuanto a este tema. Pero dejando de lado la ecología ambiental, es interesante echar un vistazo a la ecología visual, donde quizás el actor más responsable resulta ser el diseñador gráfico o de información. El tema de la contaminación visual no es nuevo. Sabemos que esa maraña de anuncios espectaculares, pantallas gigantes de LEDs y demás globos, toros y pelícanos contaminan el paisaje. Sabemos igualmente que este tipo de espacios de comunicación podría y debería controlarse de una forma más ordenada y menos agresiva, cosa que no sucede claramente debido a intereses de tipo capitalistas que no discutiremos en esta ocasión. Existe, sin embargo, un tipo de contaminación visual que trasciende silenciosamente y se instala en gran cantidad de videntes (entiéndase vidente como toda persona que goce del sentido de la vista). A este tipo de contaminación la nombraremos “visual-mental” para efectos prácticos. El problema de la contaminación visual-mental se deriva de dos certezas: una, que la imagen es la herramienta pedagógica por excelencia; y dos, que desde tiempos remotos el ser humano se vale de la imitación para su evolución y supervivencia (imitando a otros animales nuestros antepasados aprendieron a cazar, imitando a los adultos los niños aprenden a hablar, etc.). Así, de las imágenes que observa el hombre aprende e imita o reproduce diversos aspectos. En buena parte gracias a esto es que la publicidad visual funciona. Porque de tanto ver en distintos anuncios a un modelo sonriente disfrutando de un producto determinado, gran parte de los videntes termina por desear el mismo producto para disfrutarlo tal y como lo hace el actor. Hasta aquí el planteamiento puede sonar obvio y posiblemente nos recuerde aquel famoso tema de las neuronas espejo. Pero ¿y si fuera que además de imitar conductas y actitudes el hombre imitara la sintaxis de la imagen? Si los errores de sintaxis pueden existir tanto en un texto literario como en una imagen ¿qué pasa con la mente de un vidente que está continuamente expuesto a imágenes que presentan errores de sintaxis? La respuesta: el individuo aprehende esos errores o, en otras palabras, sufre de contaminación visual-mental. Y ¿qué implicaciones tiene este tipo de contaminación? Que aquellos sujetos “contaminados” terminarán por incluir dichos errores a su alfabeto visual, y de cierta forma terminarán imitando o reproduciendo los mismos errores de sintaxis. Lo antes descrito debería ser igual de preocupante que cualquier otro tipo de contaminación, sin embargo ha sido poco estudiada y probablemente jamás exista un Green Peace que luche contra la contaminación visual-mental. Precisamente por eso, resulta de suma relevancia que los diseñadores tomemos cartas en el asunto y tengamos muy en cuenta la importancia de una sintaxis de la imagen limpia y clara, recordando que, como explica Dondis A. Dondis: “En todos los estímulos visuales y a todos los niveles de inteligencia visual, el significado no sólo reside en los datos representacionales, en la información ambiental o en los símbolos incluido el lenguaje, sino también en las fuerzas compositivas que existen o coexisten con la declaración visual fática. Cualquier acontecimiento visual es una forma con contenido, pero el contenido está intensamente influido por la significancia de las partes constituyentes, como el color, el tono, la textura, la dimensión, la proporción y sus relaciones compositivas con el significado.”2 En este sentido y comparando la mente de un vidente con el medio ambiente, generar un producto de diseño con buen manejo de la sintaxis podría compararse con separar la basura o reciclar; y por el contrario, uno con errores en la sintaxis de la imagen sería equivalente a tirar aceite de cocina por el caño o quemar plástico. 1 Jean-François Lyotard, La condición postmoderna. Ediciones Cátedra. Argentina, 1991 (2ª edición). 2 Dondis A. Dondis, La sintaxis de la imagen: Introducción al alfabeto visual. Editorial Gustavo Gili. España, 2011 (1ª edición, 22ª tirada).
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