Desde la aparición del hombre en la Tierra, siempre se buscó asirse de algo que lo mantuviera cuerdo, de algo que le hiciera sentirse vivo. De ahí surgieron los dioses, las creencias, los mitos, y todas las ideas que le dan un sentido de identidad al hombre. Ahora, la devoción es a las marcas, pues cumplen la misma función de identidad, pero ¿en realidad es la devoción a las marcas o a sí mismos?
Foto cortesía de Fotolia.
Lo que las marcas buscan es atraer clientes y enamorarlos de su producto para que sean una fuente constante de alegrías para la empresa –por decirlo de una bella manera –. Sin embargo, lo único que los clientes y consumidores buscan es una fuente de emociones, que empate con los valores propios y que puedan portarla con orgullo para comunicar en cierto modo lo que ellos traen en el interior. Por lo tanto, la fidelidad va encaminada a sus principios, a sus valores, no a los productos. Un joven que tiene la camiseta de un equipo de futbol es difícil que compre un artículo de otro equipo, sólo por ser fiel a la marca y a sus principios como “hincha”. Aunque se trate de productos sustitutos, por ejemplo algún refresco, los consumidores no sienten el remordimiento hacia la marca. No piensan “Tal refresco me va a odiar porque compré un jugo”; simplemente se culpabilizan a sí mismos por no poder otorgarse el gusto, transfiriendo la culpa a la marca por no encontrarse a su alcance. Así que, para generar fidelidad a la marca, es importante ponerse en el lugar del consumidor para generar emociones que le sean naturales para que formen parte del mismo. Además, empatar bien los valores que se quieren dar a conocer con los valores del mercado meta, así se puede generar un espejo de fidelidad hacia los mismos consumidores. Nada nuevo, sólo es una reflexión.
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