Con el fin de captar la atención y ser diferente de los demás, las marcas que emprendían las primeras acciones publicitarias utilizaban imágenes cargadas de colores y detalles, acompañadas de textos complejos. Al principio los resultados fueron buenos porque a la gente le atraída lo “grande”, lo ostentoso. Con el tiempo, las personas fueron desarrollando cierta inmunidad a los mensajes publicitarios entre tantas marcas y productos. Por ello, ahora la publicidad tiene que ser lo más sencilla posible: “menos es más”, dicen los expertos. Y es que hay varias razones interesantes: Primero, los consumidores no tienen tiempo ni energías para descifrar mensajes complejos, por lo que un mensaje directo y corto es más eficaz. Segunda, la sociedad quiere todo fácil. Las personas se están acostumbrado a que todo lo obtienen de manera rápida y con la mínima inversión de esfuerzos; si se les presenta alguna dificultad, evadirán el trabajo y van a elegir el camino más fácil. Tercera, la publicidad que es visualmente sencilla y de colores claros resalta más a la vista entre la saturación de colores que hay en la ciudad: ropa, autos, edificios, casas, alimentos, más publicidad… La sencillez también resulta sinónimo de elegancia. Las mujeres de la alta sociedad andan siempre de colores sobrios con pequeños detalles que realzan la belleza; nunca se verá a la reina Isabel combinando más de tres colores en su vestimenta y cargada de accesorios llamativos. Recordemos que el producto real no es el producto físico, es lo que ofrecemos más allá de lo tangible o del servicio, por lo que un mensaje sublime y simple ayudará a captar más la atención de las personas.
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