Detrás del centro comercial, en una de esas calles que no aparece en Google Maps, el viejo vagabundo escribe en su libreta el copy más hermoso del mundo que nadie jamás conocerá. Ese mensaje pudo cambiar el curso de la publicidad para convertirla en un arte y en un ensueño, pudo vender todos los productos y los servicios, hacer la más rica a tal o cual empresa, pero se quedará guardado en la polvorienta caja de Pandora. No duden que no pensé en acercarme mientras pasaba en el carro, abrir la puerta y arrebatarle su cuaderno, robarme su copy. No me atreví, me quedé con los míos, no fue un acto de cobardía sino de templanza, sosiego y orgullo, tal vez algún día pueda alguien como nosotros escribirlo. Aunque, cabe aquí la posibilidad, que como decía Rudyard Kipling, los dioses de la vida y la muerte no permitieron que el mundo conociera tal revelación. ¡Un copy salva a empresa!, tal vez dirían los diarios, ¡un milagro!, clamarían justos y profanos, feligreses de la publicidad; pues, ¿qué es un armazón de palabras que indica algo sobre un producto o servicio, cuando el decir está sujeto a una temporalidad incruenta? El viejo parecía más bien eterno ahí escribiendo, pervive a través de los momentos, sus letras fluyen…Algo importante tendría que decir.
¿Puede un copy ser perfecto?
Es posible lograr una conexión con el público dependiente de una exhaustiva investigación y fungiendo como piedra de toque de los dioses de la fortuna. Puede ser perfecto y representar con precisión la imagen, historia, objetivos e intereses de la empresa que lo creó; la verdad es que un copy a veces lo es todo, la mentira es que un copy no siempre lo es todo. La verdad: un día me preguntaron qué se necesita para vender un producto o servicio, contesté lo mismo que Platón dijo de la fuente de la filosofía, el asombro, la creatividad y lo femenino. Un buen copy emociona, divierte, informa, aclara, indica, pero sobre todo, convence; viene a convertirse en un pequeño cosmos en el cual la tensión entre la armonía y el caos juegan a los extremos como en la lira y el arco, siempre guardando la elasticidad de pertenecer a diferentes mentes. La mentira: un copy no puede ser todo, cuando lo que dices no es referente de cualidades reales, sólo se sostiene como un petitio principii, depende de todas las acciones que se realizan en la organización; depende de la creatividad, pero también del trabajo dedicado, del esfuerzo, de las personas que asean las oficinas y de los que salen a vender los productos. Los mejores copies son imperativos concretos, pero los que trascienden son formales y vacíos, no dicen compra, dicen “haz lo que quieras, sé quien quieras, en compañía de lo que te vendemos”. Los copies poderosos son frases formales que parecen no decir nada, para que el público los rellene con contenidos particulares, experiencias que surgen de su conciencia histórica, es decir, los viven. Algunos copies famosos de la historia: yo sólo sé que no sé nada, nos vendieron la ciencia; destapa la felicidad, nos vendieron emociones y sabor; comer y beber porque este es el cáliz…, nos vendieron la religión; Just do it, nos vendieron la voluntad; Mi compromiso es contigo, ¿?; ¡Ough!, nos vendieron a Homero -por supuesto que imitaron su voz. Estas frases son indicios de los alcances de un buen copy, pero queda claro que también implicaron una larga campaña que nos habla de las vivencias de donde surgieron. Algún día tal vez consideren a nuestro trabajo como algo digno de mencionarse, quien sabe si en ese futuro nosotros o el viejo hayamos escrito un copy más o menos perfecto. Lo más seguro es que no lo escriba yo, ni usted, tal vez lo escriba un amigo cercano, un poeta desconocido o lo encontremos en el muro de un callejón sin salida; la rueca de la intención y el ideal del logro no se pueden ya detener, para escribir algo aquí que sea una mirada comprensiva hacia lo eterno. Tal vez el viejo lo había logrado.
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