Nota: La vida de un publicista no solo se basa en sus habilidades para construir buenas ideas, sino en el esfuerzo de sobrevivir a lo desconocido que suele ser: o bien el deseo de un cliente exasperante, o la conducta impredecible del consumidor. La siguiente historia se la dedico a aquellos publicistas que no dejan de levantarse frente a las campañas caídas, a aquellos que aún siguen respirando la mágica neblina de una profesión que no posee rutas establecidas. Los dos viejos griegos y el Café: Fiel a mis costumbres madrugadoras me levantaba muy temprano para dirigirme, aun soñoliento, al Starbucks más cercano a Miami Ad School en Polanco DF. Cada mañana me acompañaban en mis delirios vespertinos un buen Latte Capuccino y las irónicas, pero divertidas, discusiones de dos viejos griegos que siempre mantenían el mismo speech: discutir, gritarse y cantar. Éstos llegaban lerdos pero finos, a pedir cada uno un café sin azúcar y se sentaban frente a mí sin olvidarse de saludarme con un “Halo” que parecía haber sido digerido de nuestro español. La función comenzaba cuando uno de ellos empezaba de manera calmada un tema, (que no supe entender nunca), y que generaba en su compañero una actitud acida y defensiva, luego de los primeros sorbos de café se daba inicio a la contienda: el más gordito y bigotón de los griegos se levantaba rojo de cólera gritándole a su amigo alzando las manos y “mentándole la madre” en su idioma. El otro, inmutable, empezaba a cantar mientras que la furia de su compañero llegaba a límites inimaginables. Luego, solo silencio. Cinco sorbos de café más, y los dos se encontraban riéndose de lo lindo, cantaban una canción y se retiraban hasta la mañana siguiente, donde se repetía el espectáculo que me mantuvo cautivado durante las dos semanas que conviví con ellos en un Starbucks. Luego y solo luego de pasar parte de mis mañanas con ellos, descubrí que esa relación la sostenían sus peleas. Él último viernes de mi estancia en México no soporté más y acercándome les pregunté cómo hacían para pelear todos los días, a lo cual me respondieron: “todos los días tenemos un tema nuevo”. La respuesta me dejo estúpido y alegremente sorprendido. Los viejos griegos todos los días miraban nuevos mundos. Y es que no pude evitar asociar a mis dos compañeros europeos, con mí día a día en agencia, y mis días en Miami Ad School Mx, en donde pude oler aquel instinto de supervivencia publicitaria y diversión en cada uno de mis alumnos y colegas. Y es que el publicista para sobrevivir debe poseer dos instintos claves: la tolerancia a la frustración y la tolerancia a la incertidumbre. Un buen publicista no podrá divertirse en esta profesión, en donde las frustraciones están a la orden del día, por que las ideas no salen o simplemente salen mal, donde los clientes muchas veces no comprenden que nuestro trabajo es un proceso que cuesta, y que no es solo ser imaginativos, no podremos divertirnos sin desarrollar la tolerancia, que solo nacerán si consumimos (como los griegos de Starbucks) cultura diariamente. Necesitamos alimentarnos de mundos para poder pelear con nuestras propias ideas, así cómo lo hacían cada mañana los dos viejos, por ello a pesar de todo siempre regresaban el uno y el otro, así también debemos alimentar nuestra cuota de experiencias diarias, sin olvidar que un publicista se desarrolla no gracias a las grandes cuentas, sino gracias a su provocación de espacios de la vida cotidiana, de universos de cultura. Sobrevivir y divertirnos en la frustración y la incertidumbre de nuestra hermosa profesión hace que nuestro día a día sea realmente memorable, de que a pesar de que las cosas no siempre salgan bien, sigamos manteniendo la chispa de crear y nos permitamos proponer. La vida en la publicidad es una jungla, pero la jungla más peligrosa y dura está en el interior de un publicista sin ganas de explorar. Sobrevivir no es un trabajo duro en la publicidad, es un hobbie que abrazamos todos aquellos que aceptamos la tortuosa pero divertida ansiedad de vivir en un mundo inesperado y rico en historias. Qué esperas publicista para salir de tu escritorio y pasear por la calle… Qué esperas para leer otro libro… Qué esperas para ir a un teatro… Qué esperas para jugar… Qué esperas para perderte en calles nuevas… Qué esperas para enfrentarte a ti mismo.
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