¿Quién no ha visto a Don Draper vender cualquier campaña sin abrir siquiera la boca y con sólo sonreírle al cliente? ¿Quién no vio a Nick Marshall usando medias y maquillaje mientras se emborrachaba con vino tinto tratando de sentir lo que siente una mujer? ¿Qué me dicen de Tomás Tomás pensando un slogan para Salchichitas el Cometa mientras baja la escalera de su edificio en pelotas para agarrar el periódico? ¿O cómo olvidar a Nelson Moss pidiendo más rojo en todo? Sí. Todos ellos son personajes de películas que muestran al mundo la vida de un publicista. Unos más lejanos y otros menos, pero siempre con algo en común: Después de verlos, todos queremos ser publicistas. Incluso yo. Pero mi pregunta es ¿qué pasaría si esas mismas películas nos mostraran al Don Draper trainee? Sí. No el Vicepresidente y director creativo. Sino al que le decían: “Ey, Don. Necesitamos que te busques 20 fotos de familias latinas internacionales comiendo pollo en una mesa de jardín al medio día”. O “Donny. ¿Ya acabaste con ese folleto? porque necesitamos que nos eches la mano corrigiendo estos boards”. Sí. Seguramente Don también hizo eso, pero no sé cuántos querrían ser publicistas después de verlo. Y es que la publicidad es eso. Es trabajar mucho. Pensar mucho. Rehacer mucho. Presentar una campaña muchas veces. Y cada vez con algo distinto, hasta que llegas al presidente de la empresa con una campaña totalmente diferente a la primera que presentaste. La publicidad es empezar ganando una nada, en el mejor de los casos (cosa en la que no estoy para nada de acuerdo, pero eso será tema en otro momento). La publicidad es empezar recortando fotos en la compu (si es que te asignaron una). Es empezar escribiendo legales. Es empezar haciendo cabezas para folletos. Después ya te dan más libertad y empiezas a demostrar que no se te va a ir un cero de más en el precio del jitomate bola. Empiezas a demostrar que puedes hacer tú solito un organizador de ventas sin necesidad de que lo revise alguien más. Ese organizador de ventas que, cuando lo ves impreso, nadie te quita la sonrisa de la cara. Te dan ganas de enmarcarlo y pegarlo al lado de tu título. Lo presumes en la noche con tu novia, con tus amigos, con tus papás. Y ahora sí. Empieza tu camino para volverte Don Draper. Empiezas a ir a juntas con el cliente. Fiestas. Empiezas a tener boleto para la cena de premiación. Fiestas. Empiezan a darte briefs más completos. Fiestas. Oportunidades creativas. Fiestas. Viajes a presentaciones. Fiestas. Ganas premios. Fiestas. Sales en el periódico. Fiestas. Empiezas a disfrutar las bondades de este negocio. Y es exactamente ahí. Es en ese preciso instante, cuando la cosa se pone más ruda. Porque si quieres mantenerte en ese mundo de reflectores, tienes que trabajar el doble. Pensar el doble. El triple, si es necesario. No sólo tienes que pensar ideas creativas y de premio, tienes que sacar el 90% de tu trabajo restante, que son campañas promedio para clientes que sí pagan y que desquitan hasta el último centavo de la iguala. Campañas que no te van a dar ni un León ni un EFFIE. Ni siquiera una sonrisa. Campañas que quizá odies y que te las dictó el cliente o el de cuentas o tu jefe. Campañas que no pondrías en tu book. Pero al final son las campañas que hay que hacer. No importa. A ti te gusta ser Don Draper y te las ingenias. Hasta que poco a poco ves que ni estás ganando premios, ni los clientes te están comprando nada. Te frustras y comienzas a dejar de disfrutar lo que haces. Culpas a todos y te enojas con todos. Cuestionas la publicidad. Culpas a los clientes por no reconocer tu talento. Culpas a la agencia de lo blanda que se ha vuelto cuando se trata de defender las ideas. Sin darte cuenta que el único culpable eres tú. Porque caíste en un juego en el que no conocías las reglas. Porque confundiste este negocio y te sentiste rockstar. Porque olvidaste el principal motivo por el que te contrataron y por lo que decidiste trabajar en esto. Porque perdiste la pasión por tu trabajo y estabas más preocupado por el reconocimiento de los demás que por el personal. Porque se te olvidó que esto es publicidad. Nada más. Ahora bien. Aquí una buena solución. Respira. Tómate un descanso. Relájate y regresa a ver ese brief que ya le has dado la vuelta 10 veces y que el cliente no te ha comprado nada. Velo. Entiéndelo. Pero sin pensar en premios. Piensa en hacer la mejor idea para ese cliente. Repásala y déjala descansar mientras piensas otra. Y otra. Y otra. Escoge ésa. Sí. La que te emocionó otra vez. Preséntala con esa misma emoción. Al final no sabes si el cliente la va a amar. No sabes si va a ganar un León o un EFFIE. Pero no importa. El premio más importante es que sabes que es la mejor idea que pudiste hacer y que cuando la veas publicada la vas a presumir con tu novia, con tus amigos y con tus papás. Igual que tu primer organizador de ventas. Ahí es cuando te vas a dar cuenta que no eres Don Draper. Ni Nick Marshall. Ni Tomás Tomás. Ni Nelson Moss. Pero eso qué importa. Ellos no existen.
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