Podemos negar el lugar político y económico que la religión ocupa en el mundo actual, y lo hacemos porque tenemos fe en que las acciones que realiza son orientadas por la buena vibra. Desde la perspectiva de la mercadotecnia, esta institución es una de las organizaciones mejor equipadas, con planes de comunicación precisa y exquisitamente definidos, con una capacidad de movilización de los clientes inigualable –sobre todo en fechas festivas, y un cuidado de la imagen que podría rivalizar con el de Coca cola, a pesar de todas sus problemáticas inconveniencias. No lo tomen a mal, esto no es un ataque ateo, sino que hay que admirar la forma en que la iglesia católica ha desarrollado su concepto mercadológico, que se vio reflejado en la beatificación de Wojtyla el pasado fin de semana. En realidad no hay que limitarnos a esta institución, el budismo, por ejemplo, aunque no es considerado religión, también tiene su carga de operaciones comunicativas; pero en occidente la historia es otra pues está asociada a una esfera de valores muy distinta. Aquí el consumismo es una virtud. El consumo de merchandising religioso no es una cuestión de gustos, o idealmente no debería tener fines estéticos, sino toda esa carga que implica crecer en un hogar religioso y adoptar valores cristianos o de la creencia que ustedes elijan, y consumir los productos necesarios y acordes con esta ideología.
Los hippies de la mercadotecnia
Estamos entonces en que la iglesia católica es una gran productora de merchandising, pero también lo es la budista que genera una gran cantidad de elementos para la adquisición de los feligreses/clientes. Pero la diferencia cultural estriba en que los budistas son más austeros en su consumo y ornamentación mientras que la institución católica es, por decirlo así, ampulosa. Como sabrán no todas las religiones están relacionadas con la fabricación de merchandising, y en algunas los mismos valores que fundamentan sus sistemas de ideas lo prohíben. Me parece que las instituciones religiosas en general son los hippies de la mercadotecnia porque resguardados en el cuidado de la imagen y en las buenas intenciones, se permiten operar a niveles políticos y económicos influenciando a la sociedad en formas que ninguna otra organización lo hace; para muestra hay que entrar en la mayoría de las casas mexicanas, que a pesar de la gran conversión protestante, mantienen elementos de merchandising exclusivamente católico: cruces, escapularios y ahora pósters del recién beatificado Wojtyla, que a pesar de enfrentar su papado a toda la extendida gama de ataques sobre homosexualidad y pederastia, se encontró la manera de manejar su imagen para que sólo quedaran las buenas acciones que para los mexicanos son muchas. Extendámonos un poco, esta tendencia hippie de las buenas intenciones es una de las formas contemporáneas en que las empresas han decidido manejar su imagen mercadológica a través de las metapreferencias de los consumidores. Vamos a decirlo llano: apelan al buen corazón, a lo que nosotros conocemos como branding emocional. A la gente le gusta que los productos que consume tengan ese halo de voluntad transparente, y quien ha sabido aprovechar perfectamente el recurso son las instituciones religiosas, eso desde siempre, pero también productos como Coca Cola con toda su gama de comerciales. ¿A quién le ha fallado? Al gobierno por ejemplo y quizás sea por no conocer la manera de entrar en el corazón de las personas como últimos consumidores, o que sus planes de comunicación y mercadotecnia estén encaminados hacia los hechos fríos y a la obligación, en lugar de asociarse con la buen voluntad. Lo que es cierto es que desconocen el concepto de metapreferencias, de que al consumidor contemporáneo no sólo hay que ofrecerle el producto sino toda una gama simbólica de mejoras y funciones que pueden tenerlo no sólo satisfecho, también a gusto con su conciencia, que es algo que nos hace falta a todos en el horizonte actual: ser felices con lo que hacemos y con lo que tenemos posibilidades de consumir.
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